martes, 21 de diciembre de 2010

Guirlache





Si no llovía, hacía viento; si no hacía viento, hacía frío; en los peores días, las tres cosas a la vez y, cuando sucedía todo lo contrario, el sol entraba por la ventana sin persianas impertinentemente, ignorando por completo que se necesita cierta penumbra para conciliar el sueño. Qué decir de la comida de estos orgullosos vikingos capaces de meterse entre pecho y espalda un arenque maloliente nada más saltar de la cama. Respecto a que su sociedad fuera de las más desinhibidas de Europa, Lorenzo estaba en vías de descubrirlo. De momento, a las únicas mujeres que había visto desnudas eran una pecosa francesita y una sirena que le pareció muy pequeña. Eso sí, algo bueno debía tener: la cerveza era fenomenal. Todavía le dolía la cabeza al recordar su excursión por la fábrica Carlsberg.


Lo primero que hizo al llegar fue ir a visitar a uno de los personajes favoritos de su infancia. Tantas ganas tenía que, mapa en ristre, se dirigió hacia allí sin dejar las maletas en la residencia. Mucho antes de la mitad del camino, el cansancio le hizo sopesar la opción de coger un taxi. Una vez en el parque, su idolatrado símbolo del amor se le antojó diminuto. Pensó que su percepción era debida a que estaba alejada de la orilla. Así que, como un niño que quiere alcanzar un ansiado premio, Lorena se puso a saltar sobre las piedras para acercarse a su objetivo y poder hacerle una foto mostrando su verdadera dimensión. Lo único que consiguió fue enterarse de lo frías que están las aguas del estrecho de Oresund. Desde entonces, los recuerdos ligados a la Sirenita se quedaron congelados para siempre.


Le habían dejado claro que, si quería entrar, cada trainee debía llevar algún producto típico de la región a la que pertenecía. No entendía por qué había que complicar algo tan sencillo como una fiesta. Ya estaba vestido y aún no sabía que llevar. Brad, su compañero de habitación, había cogido un plum-cake de pasas medio chafado que su madre le había enviado en un paquete la semana pasada. Lorenzo estuvo a punto de elegir la última longaniza que le quedaba, pero se resistió. Así que arrambló seis latas de cerveza Carlsberg y se dijo que con alcohol, incluso caliente, se puede entrar en cualquier sitio de borrachos potenciales. Sólo esperaba encontrar a la pecosa francesita. Desde que se le cayó la toalla en medio del pasillo de la residencia al salir de las duchas no se la podía quitar de la cabeza. En su blanca piel pudo comprobar hasta donde podía llegar el adjetivo pecoso.


Lorena nunca había tomado blinis, ni caviar, ni vodka y eso se notó mucho a la mañana siguiente cuando la habitación se empeñaba en horadarle la cabeza con ruidos que solamente ella escuchaba. Se juró así misma que nunca más volvería a tomar alcohol y, haciendo un esfuerzo sobrehumano, fue a las duchas. Al regresar vio a Tatiana que metía los blinis que habían sobrado en una bolsa de plástico. Había una fiesta en el comedor de la residencia y todos debían llevar algo de comida, a ser posible, proveniente de su país natal. Cuando Lorena pudo pensar con cierta claridad decidió añadir las barritas de guirlache a la bolsa ya que las tabletas de turrón estaban empezadas. Ni la descomunal resaca le hizo olvidarse del reparo.


Los presentes se iban dejando en una mesa central llena de viandas variadas; panes de múltiples colores y formas; servilletas con adornos navideños; dulces y todo tipo de bebidas alcohólicas. En una esquina había una enorme ensaladera repleta de chocolates, bombones y chucherías. Lorenzo avizoró el horizonte de la fiesta intentando localizar a la francesa, aunque le iba a costar reconocerla vestida. La vio al lado de Brad y se fue directo hacia ellos. Resultó que la francesita era inglesa y, para más señas, del mismo barrio que el venturoso Brad. Ella dejó de tener tanto atractivo sin el acento francés que le había conferido y Lorenzo quedó relegado a un puesto casi invisible al lado de su compañero de dos metros el cual acaparaba toda la atención de la pecosa francesita, perdón, de la pecosa inglesita. Se acercó a la ensaladera a hundir su desilusión, intentando mitigarla con lo único dulce que iba a pescar esa noche.



Olvidándose del juramento que tan solo unas horas antes se había hecho, Lorena abrió una lata de cerveza. Hizo un gesto de desagrado al comprobar que estaba caliente, pero su estómago no iba a soportar ni los licores eslavos ni los daneses, así que no tuvo más remedio que conformarse. De pronto, su mirada extraviada se posó sobre la enorme ensaladera llena a rebosar de los chocolates y bombones que dos trainees belgas habían traído. Era allí donde había volcado el guirlache. Pensó que sería muy difícil que alguien cogiera alguna de sus barritas. Entonces ideó un juego. Vigilaría la ensaladera y aquel que eligiera el guirlache sería el hombre de su vida. Imaginó que debería ser alguien a quien no le echaran para atrás las apariencias duras o las tonalidades ariscas, alguien capaz de apreciar el dulce empalagoso tras un esfuerzo en masticarlo. Iba por la segunda cerveza y su juego no estaba dando resultado, además, empezaba a temer que tuviera que volverse lesbiana pues eran únicamente las chicas las que se lanzaban sobre aquel recipiente. El hecho de que todo el guirlache siguiera donde lo había dejado le hacía albergar esperanzas de no verse en la obligación de modificar sus inclinaciones sexuales. Se sentía como el guirlache de la fiesta que nadie quería.


Se dijo que atrapara lo que atrapara, se lo comería. Estaba seguro de que allí dentro no podía haber ningún apestoso arenque. Metió la mano hasta el fondo de aquel bol gigante y revolvió. ¡Vaya!, exclamó Lorenzo. Parecía haber recuperado la ilusión con aquel dulce que tan bien conocía y que tan lejos de allí le transportaba. Al abrirlo, barruntó quién podía...




Hello, my name is Lorena. Where are you from?
—De Huesca.

Y los dos se echaron a reír.

© Anabel

lunes, 13 de diciembre de 2010

Pavesas y cenizas

Será que me estoy haciendo mayor, será.

Pero no me puedo reprimir, no quiero. Evitar esta sensación maravillosa de haber conseguido trasmitir algo en mis escritos se me antoja casi un pecado.

Ego en grado sumo. Puede ser. Pero ahí va:

Pavesas y cenizas

Gracias, Amando Carabias María.

martes, 30 de noviembre de 2010

Reseña de Historias de Sujetadores




"Siempre he dependido de la amabilidad de los extraños"
Blanche Dubois en Un tranvía llamado deseo



Imaginar un sujetador promovería, al menos, dos interpretaciones, según sea evocado por un varón o por una mujer. A través de un varón, las dos copas y el cierre presentarían un escenario erótico, un anticipo, quizá, de una intensa sesión amatoria. En la recepción de una mujer, convengamos que la imagen se alargaría, antes que por el erotismo, por las vicisitudes del mundo femenino, exclusivamente femenino, como prenda práctica y cotidiana.

¿Será Historias de sujetadores un libro erótico o un libro de mujeres? Hay contestación a las dos opciones, aunque no sólo a ellas.

La autora se sumerge de lleno en el universo de la mujer; mujeres son las protagonistas principales de todos los relatos del libro, aunque en todos menos uno, “La ciega”, aparece replicando un hombre como parte importante en la acción. El mundo de Anabel en este libro es dual, sí, del yin frente al yan, movido por las remembranzas eróticas que a los varones nos puede despertar el título y que resultan atractivas desde las fantasías femeninas que iremos encontrando: el jardinero musculoso o un amante esporádico, hacerlo en el baño de un tren o en la trastienda de una panadería, contratar un prostituto o seducir a un becario…

Pero con el encanto de lo erótico sutil, dulce erotismo blanco, este libro de catorce relatos no solamente aterriza en el mundo sensual. A lo largo de sus páginas, nos llevamos también muestras para reflexionar sobre las mujeres prisioneras que se enfrentan a su destino, ya sea un matrimonio hundido en la rutina, un marido humillador, el avance de la edad, el abandono del amante o el síndrome de la cuidadora. También nos enfrentaremos al equívoco, escandalizándonos en la primera página del relato y riendo al final cuando comprobemos cómo las palabras juegan malas pasadas, sobre todo si somos curiosos impertinentes.

Y por cambiar de ambiente en un ejercicio que requiere poco esfuerzo, podremos sentirnos en una sala de cine reviviendo películas especiales que la autora nos trae con un guiño cómplice: nada menos que el gran Hitchcock con “Rebeca”, o la escena tan recordada de “El cartero siempre llama dos veces” entre unos apasionados Jack Nicholson y Jessica Lange, o esa historia sublime de Tita, no tanto con su amado Pedro, sino en la relación con su madre María Elena, en “Como agua para chocolate”, de Alfonso Arau.

A mí me gusta Ingrid, sueca tenía que ser, esa señora que se la juega frente a su marido bobo, insulso, superficial, asumiendo la nostalgia de lo que fue, pero ya no es, y así se sobrepone a su realidad enfrentándose a los convencionalismos y prefiriendo su dignidad a la vida cómoda después de su último intento por recuperar un tiempo mejor.

Anabel apenas se escabulle de lo cotidiano, se siente vital dentro de unos entornos de la intrahistoria que crean episodios relevantes, o que se hacen relevantes porque la autora los coloca en el escenario literario; tanto monta, monta tanto. Se atreve con la mirada ingenua de una niña narrando la aventura de su padre con una prostituta. Se atreve con aventuras electrizantes de amas de casa o ejecutivas de postín. Se atreve con la mujer madura y el joven transformado. Se atreve con insinuaciones de zoofilia. Se atreve con la grafología. Se atreve con el amor. Se atreve. Porque es valiente no le teme a una hoja en blanco ni a lo que en ella crea.

Se arriesga y gana.




"Sólo entre las hojas del libro hallé restos de su aroma"
Azules, no grises, Anabel Consejo


José Antonio Prades Villanueva

AAE

Gracias, socio

domingo, 21 de noviembre de 2010

Se le escapó



A él se le escapó la mano. No pudo contenerla, parecía tener vida propia. Le acarició la mejilla y le sentó como la primera calada tras una tarde sin fumar.

Ella notó en ese tacto mucho más que un simple gesto amable apartando un mechón de cabello. Cada terminación nerviosa de las yemas de los dedos le produjo un cosquilleo intermitente señalando el peligro.
—No.
Él entendió que se había equivocado. Aquella mano tendría que volver a las mismas caricias autocomplacientes de siempre.


© Anabel

viernes, 29 de octubre de 2010

La Esfera Cultural, nº 2


El número 2 de la revista La Esfera Cultural ya está a vuestra disposición. Podéis disfrutar de ella clicando sobre la imagen.

viernes, 22 de octubre de 2010

El autor y su obra




El autor y su obra. Lecturas de otoño

Dentro de las actividades desarrolladas en el marco del Convenio de colaboración firmado por el Patronato Municipal de Educación y Bibliotecas y la Asociación Aragonesa de Escritores, tendrá lugar el ciclo denominado El autor y su obra. Lecturas de otoño. Se trata de un ciclo de encuentros con autor que pretende brindar a los asistentes la oportunidad de conocer en persona a los autores, conversar con ellos y acercarse un poco más a sus obras.
Programación:

- Día 20 de octubre, miércoles, 19 h. : Trinidad RUIZ (Editorial Olifante), Juan Luis SALDAÑA y Noemí BANEEM
En la Centro Cívico Tío Jorge (El Rabal. Salón de actos)

- Día 21 de octubre, jueves, 19 h.: Alejandro SALVADOR, José GARRIDO y Ángel GRACIAEn el Centro Cívico Almozara (seminario 2)

- Día 22 de octubre, viernes, 18 h.: Agustín BLANCO, Óscar BRIBIÁN y José GOSER
En el Centro Cívico de Miralbueno (sala de la tercera edad, planta calle)

-Día 27 de octubre, miércoles, 19 h.: Anabel CONSEJO, Pilar AGUARÓN y Miguel Ángel ORTIZ ALBEROEn el Centro Cívico de Torrero (sala multiusos)

-Día 28 de octubre, jueves, 19 h.: Pilar MOROS, Adolfo BURRIEL y Adela RUBIOEn la Biblioteca Ricardo Magdalena (Las Fuentes. Sala de proyecciones)

-Día 13 de diciembre, lunes, 19 h.: José Antonio ADELL
En el Centro Cívico Teodoro Sánchez Punter (San José. Salón de actos)

Más información: http://bibliotecas-municipales.zaragoza.es

jueves, 21 de octubre de 2010

Ahora me alegro



Cuánto me complace no haber quemado esta música,
que escucharla no me conduzca a tu recuerdo,
ni a momentos a tu lado,
ni al ruido de tu respiración.

Ahora me alegro de que tan lejos estuvieras.

Me quedan pocas cosas de mi pasado que no me lleven a ti,
y esos escasos caminos los he de recorrer todos y cada uno
en soledad.

Sé que son la sorpresa que la vida me tenía reservada.


© Anabel

miércoles, 13 de octubre de 2010

Historia de Sujetadores en Alguaire



Carambolas del destino. La vida que este año no para de sorprenderme. Me la tomo como si me hubiera montado en un tiovivo que gira muy deprisa. En algunos viajes, me bajo con un peso en los pies tan grande como si llevara yunques en vez de zapatos, y en otros, me da la sensación de que se me va el alma a volar libre. Pero, en cualquier caso, estoy disfrutando porque todo es nuevo y me siento como una niña con zapatos nuevos, aunque, a veces, sean de hierro.

Historias de Sujetadores empezó su andadura en marzo. Ahora le toca abrirse camino y se va a ir de viaje unos días. Se abre una nueva etapa que será como una flor de invernadero: delicada y fugaz, pero bella. Experiencia que aprovecharé mientras dure y la compartiré con todos vosotros.

Os espero.

Gracias por estar allí.

Aprender


©Eli



A no mirar el reloj,
a que las horas pasen a su ritmo
tanto si diluvia o duele,
como si luce un sol impenitente.
A no querer ser estatua de sal
y olvidar un pasado que nunca fue mejor.
A deleitarse con la desidia rutinaria
del discurrir de un presente que ya es el futuro,
futuro que siempre se deseó.

Comprender que todo llega en la vida
e incluso lo imposible finaliza
y aquello que inaudito parecía
sólo lo fue en un momento infinito.

A que la vista alcance el horizonte
sin más miedo ni enemigo
que el cansancio, cómodo de vencer
con una carga de sueños
tejidos de verdad, verdad tangible.

© Anabel

miércoles, 6 de octubre de 2010

7 Plumas + 3d3

7 Plumas: Amando, Marcos, Francisco, Dácil, Ana, Anabel e Inma.
Pilar nos hace la foto.

Parece una fórmula matemática, pero es una suma de mentes amantes de la palabra escrita, de la hablada y de las ganas de compartir. Y esta singular idiosincrasia nos unió a través de unas ondas virtuales que se convirtieron, por arte de birlibirloque, en un sendero tangible donde encontrarnos. Ese sendero nos llevo a Zaragoza.

Con la boca pequeña les invité al recital de narrativa SéBreve, pensé que la distancia era insalvable, como en las relaciones sin fundamento, y di por hecho que todo quedaría en una ilusión. (He de reconocer que pensé lo mismo de ese proyecto loco de escribir una novela a 7 manos). Hubiera sido tan bonito conocerlos a todos y, además, en nuestra lectura… No contaba con que había topado con un ser hacedor de utopías: Francisco. Para él cualquier cosa que se pueda pensar, se puede realizar. Dicho y hecho. ¡Vamos! No podía dar crédito: ¡vienen! Empecé a temblar, a darme cuenta de que me había metido en un berenjenal pues invitarles a un evento fabricado por unos neófitos caraduras que se creían capaces de llevar adelante un plan maravilloso de envergadura desbordante me obligaba a dar el cien por cien de mi osada ignorancia en estas lides. Así lo comenté a mis socios de 3d3, José Antonio y Pilar. Ellos también se pusieron mucho más nerviosos si cabe, pues ver tanta euforia y entender que acercarse desde Canarias y Segovia era un esfuerzo considerable nos exigía realizar el acontecimiento lo mejor que fuéramos capaces.

Mientras mis amigos de 7 Plumas iban intercambiando correos sobre billetes de avión, alquileres de furgonetas y reservas de hotel, mis dedos “parkinsonianos” comentaban a los socios maños todo tipo de dudas, inconvenientes, peros e imposibles que podían surgir antes del acto y durante. José Antonio, hombre sabio que lidia con tres mujeres –nosotras dos y la suya propia- supo atemperar nuestros caracteres, ardua labor, santo varón, e ir poniendo cada cuerpo en su sitio, cada nombre en su término, cada papel en su carpeta. Todo atado. Sólo quedaba recibirles.



Mi imaginación, por una vez, se ajustó a la realidad: eran como supuse. Hay que decir que oír sus voces, ver sus caras en las fotografías, leerles y, sobre todo, escribir una novela a séptimos ayuda mucho a hacerse una idea acertada de sus personalidades. Marcos, escudriña tan atentamente como certera es su ironía. Dácil, suave como un guante de algodón y dispuesta a escalar montañas. Inma, delicada y entregada. Ana, cascabel inquieto. Amando, voz envolvente como sus palabras castellanas. Francisco, deja hacer, pero todo lo domina este hombre que no cree en las utopías. Allí estaban, en el hall del hotel, ni siquiera se les podía adivinar el cansancio que soportaban: reían y hablaban entusiasmados. Besos, besos y abrazos. Qué emoción. La noche zaragozana se compadeció y nos regaló una temperatura tibia que agradecía el cobijo de una chaqueta. Entre risas, gritos, manos que tocan y abrazan, tapitas, cervecitas, inmersión en el talante maño, calles y callejuelas, la virgen del Pilar y el río Ebro se nos iba la velada. Casi nos olvidamos de la novela, pero no, no podía ser. Un helado italiano, que hay que ser cosmopolita, nos ayudó a digerir tanto alborozo. El orden y concierto los puso nuestra coronela mayor: Pilar, mujer práctica donde las haya. Y hasta allí puedo leer sobre nuestra novela.




Al día siguiente, “furgona” en ristre, nos fuimos a Cuarte de Huerva a grabar el programa de radio conjunto. Parecía que nos conociéramos de toda la vida. El espacio radiofónico transcurrió con naturalidad, espontáneamente, libre, sin corsés. Elena, la directora, nos regaló por unos minutos el estudio y se lo devolvimos entero y repleto de cariño. Ella lo sabe.

Comida rápida. Maldito tiempo, cuánto más se te quiere estirar, más corto te haces. Odio tu elasticidad negativa. Corriendo, corriendo al centro cívico Teodoro Sánchez Punter para terminar los últimos preparativos. Comenzó lo que parecía tan lejano hacía unos meses, cuando José Antonio lo propuso y casi no nos creíamos que el momento pudiera llegar. Presentamos y leyeron mis amigos de Canarias, de Segovia y de Lleida. Luego, vinieron de Zaragoza y de Huesca. Y lo que nos parecía sobre el papel un acto largo, se nos consumió en nuestras manos mucho más rápidamente de lo que tardamos en organizarlo. Nos invadió una gran satisfacción y orgullo. Por qué no decirlo.

Desgraciadamente, después de la función tuve que regresar a Lleida. Mi amiga Pilar me contó lo bien que terminaron la fiesta sentados en una terraza, abrigados con la chaqueta y el calor de la amistad de más de veinte escritores que habían disfrutado compartiendo con otras personas la misma locura: escribir.



Los dioses castigaban a los griegos concediéndoles sus deseos. Estoy dispuesta a pagar la tasa que me corresponda. Sólo espero alcanzar a pagar las siguientes sanciones: este encuentro no ha sido el último.


¿Verdad que no, Francisco?

SéBreve




Sólo puedo dar las gracias.

Agradecer y no parar de hacerlo. En mi nombre y en el de mis socios, José Antonio y Pilar, 3d3 escritores. El recital de narrativa que tuvo lugar el pasado sábado en Zaragoza fue un éxito de participación y un encuentro maravilloso de artistas, de distintas especialidades y diferentes idiosincrasias, que generosamente compartieron con los que allí estuvimos su buen hacer.

Una foto, mal botón de muestra, pero que sirva para enseñaros que aún hay gente que se mueve por amor al arte.

Os espero en la próxima edición de SéBreve.

martes, 5 de octubre de 2010

Hueles a Sándalo




Mi estimada amiga Pilar Aguarón presentó su novela Hueles a Sándalo el viernes 24 de septiembre en Zaragoza.

Fue un acto entrañable, plagado del cariño que muchos amigos le profesamos. Y es que esta maña nos tiene enamorados del mismo modo que su editor se enamoró de ella y de su novela, como no podía ser de otra forma.

Ella nos regala una historia de amor de las de verdad, sin analgésicos que apaguen la pasión ni el dolor. Porque ¿a quién no le ha dolido amar? Pero no os asustéis, en esta historia también hay disfrute y alegría.

También hay uno de los rasgos que más caracterizan a Pilar: su gran capacidad de mezclar una historia con la historia actual de un país, de una ciudad. Sus dotes de historiadora, de observadora de la actualidad política le proporcionan unas varillas con al que fusionar a la perfección la realidad y la ficción, la ficción y la realidad. Al fin y al cabo ¿qué es lo real y lo que no?

Añadir que su lenguaje certero, limpio, preciso y, muchas veces, afilado como un bisturí nos penetra en el alma sin pedir permiso y nos permite viajar a un mundo que es tan real o más que el nuestro propio.

Este post llega con dos semanas de retraso. No tengo perdón y mi excusa es escasa y manida, todo el mundo carece de tiempo y no por ello se puede abandonar a los amigos.

Aunque sea tarde, espero que esta entrada te demuestre que te quiero mucho, maña.

Os adjunto el recorte de prensa del Heraldo de Aragón del día 25 de septiembre haciendo referencia a la presentación del libro de Pilar, mi PilarA.

lunes, 19 de julio de 2010

Ciencia Infusa





Me había decepcionado. Esperaba mucho más de esa llamada de teléfono. No diré que me había afeitado para escuchar su voz, pero casi. Después de tantos meses compartiendo recetas de Thermomix íbamos a quedar. Estaba entusiasmado, más de una vez había fantaseado con ella, con cómo serían sus ojos, su boca, su culo. ¿Por qué negarlo? Me atraía. En los mensajes parecía una mujer inteligente, sencilla con sentido del humor y pasión por las mismas cosas que a mí me gustaban. Supongo que confundí vehemencia con apasionamiento, supongo que imaginé más de lo que hubiera debido, supongo que me emocioné con la idea oír su voz, de descubrir en ese sonido las sensaciones que pensar en ella me producía. Sin embargo, su voz me había resultado monótona, amanerada, algo falsa, absolutamente plana. Pudiera ser que por nerviosismo no se hubiera mostrado en toda su plenitud, pero la primera impresión es la que cuenta y a mí se me habían quitado las ganas de saber cómo era. Intenté evitar la cita, pero ella insistió, me dijo que tenía muchísimas ganas de conocerme en persona. Para que la reconociera sin dificultad me mandó un correo con su foto. Días antes hubiera dado saltos de alegría por ver su rostro, tras la conversación, me dio bastante miedo abrir el mensaje: si resultaba guapa, me fastidiaría que su voz no me hubiera resultado excitante, y si me parecía fea… Su imagen me resultó tan indiferente como su voz. Así que me estaba dirigiendo hacia una cita con una mujer que no era la que había imaginado ni de lejos. Iba al encuentro de la decepción personificada.
En el trayecto compré un ramo de flores barato y sencillo –confieso que pensé que el ramo era como ella-, no quería mostrarme descortés. Al fin y al cabo, si ella se había hecho tantas ilusiones era culpa mía pues yo las había alentado. Probablemente ella también habría fantaseado conmigo, quién sabe si incluso se habría masturbado pensando en mí. Ni siquiera esa perspectiva me animaba a llegar a mi destino, ni siquiera la posibilidad de que a lo mejor podría tener sexo con ella. El ramo era mi sentimiento de culpa, mi ofrenda de perdón por no tener ningún deseo de perder mi tiempo con ella aunque estuviera loca por follar conmigo. Qué injusto era todo. Cómo una simple voz puede hundir una ilusión que se hubiera podido convertir en una relación amorosa de novela o, como mínimo, en una sesión de sexo inolvidable. Porque yo creo en el conocimiento que el amor proporciona, en la certeza de que con una sola mirada puedes saber si es la mujer de tu vida, con un solo gesto o una sola sílaba, sin posibilidad de error. Amor a primera vista. Flechazo. Ciencia infusa. Y con Carolina esto no se había producido, ya no se iba a producir. Resignación.

Pasé por delante de una cafetería con grandes ventanales de cristal. Asomé mi mirada al interior con la intención de distraerme un poco de mis propias elucubraciones. Observé a la gente conversando, tomando bebidas calientes y cruasanes, cada uno inmerso en su mesa, en su mundo. En una, se encontraba una chica leyendo un grueso libro. Era morena, larga melena que colgaba desde su hombro como una brillante cascada negra; su mano izquierda pasaba las hojas del libro e invertía en ese acto toda la atención. Zurda. Siempre me habían gustado las zurdas. Me quedé unos instantes mirándola. Quise saber de qué color eran sus ojos escondidos tras unas gafas con montura de carey. Llevaba una blusa de color rojo, mi color favorito. Era delicioso verla pasar las páginas del libro, tan delicadamente, tan ensimismada en la lectura, transportada al mundo propio de esa mesa única entre tantas otras. Apoyaba la cabeza en uno de los cristales y hubo una vez que, de manera distraída, miró hacia la calle dejando que sus ojos marrones se comieran la tarde que empezaba a caer. Era hermosa, no de una hermosura voluptuosa ni de portada de revista, era una belleza serena, equilibrada, consciente y conforme con serlo. Me asaltó una duda: ¿cómo debía sonar su voz? Conozco los tejemanejes de mi corazón y supe en cuanto se puso a latir de ese modo que iba a ser imposible controlar sus impulsos. Me vi entrando en la cafetería, directo hacia el mundo de la chica de belleza templada. Me senté en frente, ella dejó de leer y me miró por encima de las gafas lanzándome un interrogante.
—Me llamo Leo. Perdona mi descaro, pero llevo observándote un rato y creo que te conozco.
Su mirada defensiva me escudriñaba. Optó por seguir callada, esperando a que me rindiera. Yo sólo quería oír su voz porque lo sabría ipso facto.
—No, no es que nos hayan presentado, es que estoy seguro de que tú y yo nos conocemos desde siempre.
Seguía en silencio. Se le escapó un poco de impaciencia en el parpadeo.
— ¿Sabes? Creo ciegamente en el amor a primera vista. Estoy convencido de que las primeras sensaciones son las auténticas, las que no engañan, las que siempre dan en el clavo. Sé que si oigo tu voz voy a caer prendado de ti.
Parecía que se iba a decidir a entrar en la conversación.
—Espera, piensa bien lo que vas a decir. Tus primeras palabras serán las que vayan a quedar en mi mente para siempre. No puedes decirme cualquier cosa.
Bajó la cabeza para no mostrarme la sonrisa que se escapaba; cerró el libro atrapándose un dedo y habló por fin.
—Siento mucho decirte que estoy casada y he quedado aquí con mi marido.
Sí, esa era la voz, la que se acoplaba a mi latir, la que expandía la belleza y alejaba la fealdad. No había duda, no podía haberla, era apabullante la evidencia. Respiré hondo antes de contestarle, no quería que me notara tan emocionado.
—Pues yo siento decirte que tienes un marido muy desconsiderado por hacerte esperar tanto, yo no haría eso jamás.
—Escucha, no tengo por qué darte explicaciones. No tengo ganas de hablar con un desconocido.
Lo dijo tan seria, tan dolida que tuve que creer que estaba esperando a su pareja. Se me partió el corazón porque, aunque la había encontrado, ella estaba con el hombre equivocado. Deseé acariciarle la mano furtivamente cuando dejé sobre la mesa el ramo de flores antes de levantarme, hubiera sido una transmisión de sensaciones eléctricas.
—Me voy. Volveré en menos de una hora. Si te apetece tomar un café conmigo en esta misma mesa, aquí estaré. Enséñale las flores a tu marido, dile que te las ha regalado un admirador, que vea que hay alguien que realmente te valora.

Abandoné la cafetería con el pulso acelerado, deseando que ella me llamara y pidiera que me quedara. Fuera del local, volví a hurtadillas sobre mis pasos para intentar observar su reacción. Había cogido el ramo y lo miraba con una tímida sonrisa. No todo estaba perdido, me sentí flotar. Henchido de alegría me dirigí hacia la cita que casi había olvidado. Le pondría alguna excusa, cualquier imprevisto que se me ocurriera. No podía ser antipático, de ninguna manera, gracias a Carolina había encontrado a la mujer de mi vida. Estaba absolutamente seguro.

©Anabel

lunes, 12 de julio de 2010

Julio




La vida le olía diferente y no era porque España hubiera ganado el Mundial. Ni siquiera porque hubiera cambiado de suavizante y las sábanas tuvieran otro aroma. Incluso el sudor que se escurría entre sus pechos empujado por la leve, levísima brisa del ventilador exhalaba un perfume que parecía no ser suyo. Beatriz cerró los ojos intentando bucear debajo de esa piel que ahora se mostraba extranjera y que jamás había sentido tan suave. Respiró hondo para iniciar la inmersión, cerró los ojos para no perderse detalle. Había tanto por descubrir, tanta vida sin catalogar, tantos sentimientos escurridizos que se mostraban únicamente ante una mirada nueva. Un mundo complejo, en plena ebullición e inexplorado. Lo sentía reverdecer desde las uñas de los pies hasta la raíces del cabello, cada poro, cada célula, cada átomo se había transmutado en un receptor ultrasensible. Viajó a la otra mitad de la cama y la conquistó marcándola con su sudor, haciéndola suya como una perra que sabe cuál es su territorio. Un territorio por el que luchará hasta la extenuación. Extendió su cuerpo todo lo que pudo sobre el colchón, abarcando el mayor espacio posible. Había goce en ese acto de reconquista, del apoderarse de lo que tuvo tan cerca y nunca le perteneció.

Y le regaló a la luz de la Luna que entraba por la ventana el inmenso placer de su pubis abierto.


© Anabel

domingo, 23 de mayo de 2010

8 días de mayo



Podía haber empezado con los fuegos artificiales de las fiestas de mayo o con el anuncio de los recortes salariales o con las revueltas en Grecia o con la nube de cenizas del volcán islandés, pero otro indicio se había adelantado: la mañana en la que Beatriz tuvo la certeza de que estaba sola.


Su revelación era tan apabullante como el hecho de que el mundo estaba sufriendo una de las mayores convulsiones de las últimas décadas. Ella convulsionaba al mismo tiempo que el escenario donde se encontraba, de la misma manera que, desde hacía tiempo, se esperaba un cambio drástico mundial, un cambio del que sólo quedaba saber cómo y cuándo. Supo que el cuándo había llegado y que el cómo le explotaría en el epicentro como la erupción del volcán de nombre impronunciable. Ser consciente de que se va a recibir un golpe no atenúa el impacto, ni el dolor, ni los arañazos en el estómago. Realmente ni mitiga, ni prepara, no sirve para nada y la caída, no por evidente, es más liviana. El espejo la mostraba tirada de bruces sobre el suelo de su futuro inmediato, un futuro que, por primera vez en toda su vida, se conjugaba en singular; un futuro sin límites, sin balances, sin resumen de cuentas, tan infinito como su miedo y como su pasado. Tanta libertad, tanto campo abierto le producía una sensación de desamparo, de estar suspendida en el aire sin red ni paracaídas, rodeada tan sólo de vacío. Un bebé desconsolado que el cobijo de una simple manta apaga su llanto. Pero ella no tenía quién le proporcionara dónde asirse o una manta con que cubrirse. Debía convertirse en la hacedora de su propio consuelo, de su propio y, esta vez, único destino. Se permitió unos días de duelo en los que recuerdos amargos fluían rabiosos con la impresión de haber perdido mucho más que un montón de años, mucho más que la juventud, de haber dado mucho más de lo necesario, mucho más. Mimetizó su vacío interior con el que la rodeaba y fue la patente unicidad que desde hacía tanto tiempo había presentido la que la guareció. Ese fue el verdadero principio.


Y empezó a acotar el dolor, a poner diques a lo infinito, a delimitar su camino, a reorganizar el armario y a lavar todas las sábanas. Decidió ser ella como nunca lo había sido, buceando en las habitaciones cerradas bajo siete llaves, en las esquinas umbrías, en los latidos perdidos, porque quería ventilarlos, sacarlos al sol, enseñarlos sin tapujos porque así es como era e iba a ser: libre, tan inmensamente libre como sólo el saldo a cero de una cuenta bancaria puede hacer sentir.

© Anabel

jueves, 20 de mayo de 2010

"La Esfera Cultural" en papel

"La Esfera Cultural" viaja en la red y en el papel. Otro proyecto por amor al arte. Echadle un ojo, os impregnaréis del entusiasmo y las ganas de un puñado de escritores locos por escribir.

miércoles, 28 de abril de 2010

Nuevo proyecto, nueva aventura

Os invito a que nos acompañéis en este proyecto-aventura de siete escritores con muchas ganas e ilusión que comienza hoy:
Nace un “Gran Hermano” Literario

Un grupo formado por siete escritores de diferentes provincias españolas se ha unido en un proyecto denominado “7 Plumas” con el fin de escribir una novela en conjunto. Cada componente del proyecto escribirá un capítulo de la obra, siempre capítulos cortos, tomando el relevo de uno de sus compañeros. La novela se ha iniciado sin previa planificación, temática, estilo o título. Entre sus integrantes la gran mayoría ni se conoce personalmente, ni siquiera han hablado telefónicamente. Todos sus contactos hasta el momento han sido por correo electrónico y por medio de un blog.
Han elegido para este proyecto el formato blog, en la dirección "www.7plumas.com”, con el fin de convertirlo en una especie de “Gran Hermano Literario” y teniendo como objetivo acercar y cautivar a nuevos lectores, ofreciéndoles un nuevo formato donde ver cómo se crea y potencia un personaje, cómo cada escritor posee un estilo y una voz narrativa diferente, un lugar donde se percaten de las dudas literarias de cada autor y con permiso para entrar en los camerinos de la creación de una obra literaria. Y de esta forma vivir todo el proceso de creación de la novela y, si les apetece, hasta poder alinearse con uno de los autores.
Lo más destacable de este proyecto será la posibilidad que tendrán los lectores de influir en el guión de la novela, determinar si el protagonista acaba en los leones o feliz comiendo perdices. A modo de un “Gran Hermano”, podrán criticar a los autores y leer aquello que se cuece entre ellos durante el periodo de escritura de la obra. Las críticas y comentarios, los más influyentes, formarán parte de la edición impresa de la novela. La edición impresa, presumiblemente, integrará la propia novela escrita por las siete plumas y la otra que surja del mundo paralelo generado por los comentarios y de esta nueva experiencia en sí.
Esta vuelta de tuerca a la edición tradicional, en la que se presenta una novela antes de finalizarla, en donde los lectores tienen influencia en el argumento, en formato digital y gratuito, escrita por varios autores en la distancia y utilizando nuevas herramientas como Internet, será para combatir los cada día más preocupantes datos sobre la pérdida de hábitos de lectura.

jueves, 15 de abril de 2010

"...algo más de Los Monegros y un poco más de lo demás"



Esta joya ya está en las librerías. Si os queréis recrear la vista y el alma, sólo tenéis que abrir el libro por cualquiera de sus páginas. Un gesto de asombro y una sonrisa asomarán a vuestros rostros. Imágenes tan bellas sólo puede captarlas el Señor de Los Monegros.

Para deleitarse inmediatamente pinchar sobre el nombre de este gran artista, su blog no os dejará indiferentes:

miércoles, 7 de abril de 2010

Trampantojo



Un juego de artificios es mi vida
la que transcurre entre intentos de
engañar al hambre y mentiras piadosas.
Un circo de tres pistas es
donde distraigo los recuerdos
entre aros de fuego y bufones,
donde esquivo la verdad y
despisto el sonido de tu voz
escondiéndome tras espejos
de ilusiones vanas que engordan
o achican lágrimas disfrazadas
de verde, verde camaleón.
La malgasto en maquillajes,
novelas y cirios rosas,
pero la realidad es incorruptible:
huir de ti
ni es posible ni sirve de nada.

©Anabel

domingo, 14 de marzo de 2010

Gracias Delibes


No sé cuál nos mandaron leer primero, si “El camino” o “Las ratas”. Por entonces la obligación de leer ya no existía en mí, ya leía por divertimento, por vocación, pero te explicaban tan mal a los autores que Miguel Delibes parecía un ser recto y severo, cuadriculado. Esa sensación te quitaba las ganas de ponerte a leer sus libros. Después de leerlos te asombrabas y no podías imaginar que el Delibes del que te habían hablado fuera el mismo que había escrito un libro tan limpio y certero.
Más que recto, conforme he ido creciendo, me he dado cuenta de que Delibes era fiel a sus creencias, como cuando tuvo que renunciar a la dirección del periódico donde trabajaba en Valladolid por diferencias con el régimen franquista; fiel a su familia y a su gente y a su tierra; fiel a su forma de escribir: escribía en cuartillas de mala calidad y a lápiz, lo que ha dificultado mucho la conservación de los manuscritos de sus primeras novelas. Sencillo como la vida que llevó. Y grande como sus obras.
Delibes me ha enseñado a leer, pero, sobre todo, me ha enseñado a escribir. Me produce cierto pudor afirmar tal cosa, pero ¿qué mejor maestro puede tener quien aspira a escribir? De él he aprendido la necesidad de dominar el lenguaje, del uso correcto de los vocablos, de las frases bien hechas, de la pulcritud narrativa, de la importancia de lo pequeño y de la observación como primera herramienta de un escritor –como veis la teoría me la sé-. Era un gran observador, capacidad, además de la paciencia, que ha de tener un cazador. Tal vez en las esperas disfrutaba del paisaje castellano que lo envolvía. No se entienden las novelas de Delibes sin el paisaje y sin el análisis de la gente que lo puebla.
Yo no entiendo la narrativa española sin Delibes.
©Anabel

domingo, 7 de marzo de 2010

Historias de Sujetadores


Madame Quikalú y toda su troupe me van a preparar la presentación del libro. Han invertido todos sus ahorros en semejante evento así que supongo que no defraudarán a los asistentes. Se les reconoce y agradece de antemano su dedicación y esmero.
Gracias, amigos muñequiles.

jueves, 18 de febrero de 2010

Sanctasanctórum


Después de hacer el amor, le gustaba acariciarle el pecho, enredar las uñas pintadas entre los pelillos desordenados que cubrían su pectorales. “El mar de mi calma, el sosiego de mi vida, mi balneario especial…“ le susurraba al oído mientras sus ojos se perdían en la dura textura de los pezones de su amante. Eran los mejores momentos, los que, tras la pasión desatada, tranquilizaban a la bestia libidinosa y la arrullaban entre palabras hasta la siguiente embestida. Y así todo lo que la tarde diera de sí.
Su existencia se regía por un horario, un horario no escrito en la agenda: la vida se dividía en semanas y las semanas sólo tenían un día cumbre, unas horas gloriosas que pintaban de un azul poderoso el resto de jornadas, que llenaban la batería con los latidos necesarios hasta el siguiente encuentro. De esta manera pasaba Isabel sus últimos meses: sintiéndose mujer, la mujer que siempre había deseado ser. Las prisas para coger el metro, por no llegar tarde a recoger a los niños, por no olvidar la cita de la vacunación, la compra o las camisas de la tintorería; llevar el coche al mecánico, discutir con Juan, castigar a Javier, tender, dormir junto a su marido para soñar sueños en otros brazos… Todo un trámite, todo mentira, rutina y gris, paraguas y pañales, hasta llegar a la tarde semanal en que se reunía con Víctor. Durante esas tardes el tiempo se convertía en un caballero considerado y se quedaba quieto, paraba su recorrido por unas horas e, incluso, algunas veces por mucho más: el sabor de Víctor en su boca permanecía varios días detrás del primer sorbito de café de la mañana. Eso le hacía sonreír de una manera inexplicable para su marido que la observaba a escondidas tras el humo de su cigarrillo sin entender por qué el café le hacía brillar los ojos como nunca ninguno de sus besos lo había conseguido hacer.

No había holas que inauguraran la sesión vespertina. Los besos arrancados, los botones desabrochados, las ganas arañadas eran el saludo habitual. La cama deshecha se transformaba en el decorado donde llegaban las palabras, las caricias pausadas.
— ¿Solucionaste lo del coche?
—Sí, sí, nada una tontería, una tontería que se ha arreglado con trescientos euros, ya ves. Y ¿tú hijo?, ¿cómo está del sarampión?
—Pobre, no paraba de rascarse, y eso que le hemos embadurnado con una loción para que no le picara, pero ni así. A ver si no el quedan marcas.
Silencio de caricias, roces de mejillas, manos entrelazadas. Isabel quería volver a soltar la fiera y se puso sobre él a horcajadas.
—Voy a pedirle el divorcio a Dori.
—No empecemos, va, que tengo ganas de comerte enterito otra vez —los labios de Isabel le besaban el cuello y se dirigían con rumbo fijo hasta la entrepierna de Víctor.
—Para, lo digo en serio, Isabel.
—Joder —de mala gana Isabel se tumbó al lado de Víctor—. Pensé que estábamos de acuerdo, ya lo habíamos hablado, nadie se va a divorciar.
—No aguanto más, estoy harto de disimular que ya no deseo ni verla desnuda, que su voz me taladra, que no es capaz de decir una frase con fundamento sin nombrar a su madre. Es tan ilusa, tan sencilla que creo que ni se ha dado cuenta de que estás tú.
—Víctor, ya lo hemos hablado, no empecemos otra vez…
—Los niños crecerán, no serán siempre pequeños, ellos van a estar igual de atendidos —la agarró fuertemente por los brazos—. Es nuestra vida, no podemos dejar que se pudra sin más, por unas convenciones sociales, por unos niños que luego se olvidarán completamente de sus padres. ¿No lo entiendes? — Silencio tembloroso—: Te quiero, Isabel.
—No, no, dijimos que nada de sentimientos —se deshizo del agarre de Víctor, saltó de la cama, se puso el jersey y se sentó en la silla echando la cabeza hacia atrás—. Nada de sentimientos, joder.
—Maldita sea, no te entiendo. Me dices que no podrías vivir sin estas tardes, sin estas horas, me dices que me echas de menos, que te acuerdas de mí durante toda la semana… pero me prohíbes hablar de sentimientos, de los únicos que siento como verdaderos. Quiero decírselo al mundo, que todos lo sepan, no quiero seguir escondiéndome en habitaciones de hotel. ¿Qué es lo que quieres tú, Isabel? ¿Acaso lo sabes?
—Quiero seguir como hasta ahora, exactamente igual. Disfrutando nuestros encuentros y siguiendo con nuestra puta vida convencional. Eso quiero, nada más.
— ¿Quieres volverme loco? ¿Eso quieres? —Víctor se acercaba hacia ella con los brazos abiertos y los ojos interrogantes—. A mí esto ya no me es suficiente, quiero más, quiero más de ti.
Isabel se incorporó, le cogió las manos y le dijo, lo más convencida que una verdad aplastante puede permitir:
—Tienes lo mejor de mí.
—No me sirve, no me sirve, Isabel.
— ¿Qué es lo que quieres? —en un grito ahogado.
—Lo quiero todo, lo bueno, lo malo, lo que le das a él, todo.
Isabel apoyó la cabeza sobre el pecho tantas veces explorado de Víctor.
—Te quiero, Isabel, te quiero —y la abrazó tan sinceramente como un niño pequeño abraza a su muñeco favorito.

Isabel se puso a llorar porque sintió que una burbuja de finas paredes empezaba a resquebrajarse inexorablemente, como si los dioses envidiosos no fueran capaces de soportar un templo erigido a un ídolo de cristal.

© Anabel

domingo, 7 de febrero de 2010

No vayas a Praga aún


Estoy reservando Praga
para descubrirla juntos.
Quiero que nos estrenemos allí,
como obras de Mozart.
Subirnos a sus tranvías,
merendar en el café Louvre entre hojas
de poemas y té,
perdernos en el callejón de Kafka,
viajar a Viena o a Marienbad
para curar el acartonamiento
de nuestros pulmones,
y lanzarnos a las aguas del Moldava
desde sus puentes de piedras negras
testigos de la muerte por amor.

Metamorfosearemos Praga
en una mariposa libre de pasado.

No vayas a Praga aún,
espérame.


© Anabel

viernes, 22 de enero de 2010

La mirada




No recordaba desde hacía cuánto tiempo nadie la miraba así, con esa atención, ese descaro, ese, casi le daba vergüenza pensarlo, deseo contenido que se escapaba en cada parpadeo. Repetía la imagen una y otra vez en su mente porque le producía una sensación placentera: la piel se estiraba, se tornaba tersa y el latido del corazón oxigenaba más deprisa las células. La excitaba, sí, la excitaba tanto como la aturdía. Sólo había sido un viaje en el ascensor, un roce inesperado por culpa de las bolsas de la compra, un lo siento, no ha sido nada y el silencio ensordecedor de aquella mirada impúdica, como si fuera la primera vez que viese a una mujer. Deseaba de una manera atroz coincidir de nuevo con él. Si la volvía a mirar de esa forma, olvidaría sin esfuerzo que podría ser su madre.


© Anabel

lunes, 11 de enero de 2010

El artilugio



Para Erick Strand, a quien le debo la mitad de este cuento y mucho más de la mitad de lo que siento por la poesía.


Juró que no lloraría más. Lo juró por lo único que le pertenecía: su vida. Llegar a la conclusión de que nada vale la pena la ayudó a mantener la promesa. Para no derramar lágrimas sólo podía quedarse con lo esencial, con los días y las noches que pasan sin dar y sin recibir, sin esperar nada. Ese fue el plan con el que Verónica esperaba seguir existiendo. Su corazón se transformó en un artilugio necesario para vivir, con la única misión de bombear sangre a cada célula de su cuerpo, exclusivamente. El resto de funciones le sobraban.


El tiempo iba dejando su huella en algunas canas y en algunas arrugas. Surcos que dos manecillas, a un ritmo incesante, aran sobre la epidermis. Los días y las noches pasaban igual que siempre, pero había empezado a sentirse sola. La compañía de los hijos, aunque sólo fuera por el trabajo que daban, le proporcionaba una ocupación que la hacía conservarse activa, ágil, distraída en la rutina inmutable. Su emancipación le dejó muchas horas muertas para llenar únicamente con el sonido de su artilugio latente. Había dejado de preocuparse por la persona que dormía con ella desde el día de su juramento, y los paseos y los libros no eran suficientes para abarcar todo el tiempo que le sobraba. Lo hubiera regalado a cambio de… De nada. Eso era lo que tenía: toda la nada del mundo. Y el artilugio. Tun-tun, tun-tun, tun-tun.


Como quien llama a una puerta equivocada y un perfume de rosas le recibe, Verónica se encontró con lo que ya no esperaba. Del tiempo esperaba achaques y vejez, pero no un sentido de la vida tan diametralmente opuesto a su plan. El destino es una caja de sorpresas sin papel de celofán que pueda delatarle, un fullero que espera el letargo o el exceso de vanidad para demostrar que él es quien mejor conoce el juego porque es el que pone las reglas. Y ese fullero traidor llamó a la puerta de Verónica disfrazado de vecina de enfrente, de la viuda, que necesitaba una cebolla para la tortilla de patatas:

-… que se me han acabado y a mí la tortilla de patatas me gusta con cebolla y ¿a ti, Verónica?-Verónica le dio una cebolla de las del cesto.
-¿Tendrás suficiente, María José?
-Sí, sí, de sobra. No me contestas, ¿cómo te gusta a ti?
-Pues a mí la tortilla me gusta de todas maneras, me da igual…
-No, no; ésta es una de esas cosas que no te pueden dar igual en la vida. Has de decidirte.
-¡Qué cosas tienes! ¡Qué más dará!-le contestó con una sonrisa.

Medio en broma, medio en serio la simple cebolla estuvo dando vueltas por la cabeza de Verónica toda la noche, repitiéndose hora tras hora. Al día siguiente hizo dos tortillas para comer, una con cebolla y otra sin.

-¿Por qué has hecho dos? –le preguntó su marido con cara de no entender el último desatino de su mujer.
-A ti ¿cómo te gusta más?-le preguntó Verónica sin mucho interés, era más una cuestión de estadística.
-¡Qué tontería! A mí me gustan las dos.

El artilugio dio un latido desacompasado, se le erizó el bello del cuerpo y supo que tenía que decidir cuál era la que más le gustaba. Por la tarde, fue a decirle a María José que había tomado una decisión.

-Pues claro, con cebolla es mucho más suave. ¿Quieres probar la mía? Aún me queda un poco en la nevera.


La siguiente decisión fue si la quería caliente o fría y allí sí que supo qué contestar: caliente.

Fueron pasando tardes de café en donde Verónica por primera vez en muchísimos años hablaba de sus preferencias culinarias, literarias, cinéfilas, de los colores o de los días de la semana. Había olvidado cuántas cosas le gustaban y cuántas no, había olvidado el aroma de la compañía junto a un café, de la risa sin motivo, de compartir el sonido de dos voces, de hablar por hablar, porque sí, porque es la manera de que el arado del tiempo no haga los surcos tan profundos. El artilugio empezó a latir con un ritmo diferente, llevando el compás de la nueva risa, de las conversaciones pausadas, de la felicidad de perder el tiempo en la casa de la vecina, sin pensar en hacer la cena o recoger la colada. María José tenía la herramienta que vaciaba los cajones cerrados de Verónica, aceleraba su ritmo vital, estiraba la cuerda en donde colgaban sus palabras y deseos, abría su corazón.

-¿Cuántos años hace que somos vecinas, Verónica?
-Más de veinte, María José, más de veinte.

Entrelazaron sus manos algo marcidas, pero el tacto resultante de las dos caricias estaba preñado de chispa, de vitalidad y, sobre todo, de alegría, una alegría que inundaba la casa de la vecina de multitud de colores. Y Verónica decidió que no quería perderse ese arcoíris que había desempolvado todas las demás funciones que su corazón podía realizar: no sólo de oxígeno vive el cuerpo, porque aún respirando se puede estar muerto.

-No sé cómo decírselo a mi marido, ni cómo..
-Es tan fácil como cruzar el pasillo.

Ante la evidente y sencilla solución, Verónica incumplió su promesa: lloró y continuó llorando felizmente mientras hizo las maletas para el crucero más importante de su vida.

©Anabel

viernes, 1 de enero de 2010

Te sueño a poemas

"Flaming June", Lord Frederick Leighton




Me relajo escribiéndote poesía,
inventándote en cada estrofa.
Es mi momento de viajar,
de alejarme de la prosa diaria,
tan pesada y cargante,
tan ordenada y lógica.
Demasiadas reglas que seguir,
horarios que cumplir.
Ganas de desbocarme por el precipicio
del caos infinito
donde todo rima,
y todo puede ser.
Cascadas de sueños frescos
con caricias de olor a lavanda,
aromas de una historial ideal
esculpida a versos y suspiros.
Te sueño a poemas
de dedicación absoluta,
rendido homenaje a la fe ciega
de que toda mi lírica
podrá ser prosa
algún día.

© Anabel