domingo, 20 de julio de 2008

A Sandra

Madre e hijo, Gustav Klimt

Una mano delante, la otra detrás y tú en medio. No viniste con un pan bajo el brazo, ni acompañada del regocijo habitual que suele rodear la cuna de los recién nacidos. La preocupación fue la nana invisible que todos tarareábamos, el runrún de la incertidumbre. La decisión, el esfuerzo y el tiempo nos fueron haciendo independientes, nos otorgaron la confianza perdida, pero lo que nos convenció de que todo había valido la pena, de que solo existió un camino hacia la felicidad fuiste tú: tu vida nos llenó de vida. Eras la máxima recompensa y la máxima meta, el único sentido a todas nuestras cuitas y la única solución. Siempre ha parecido que supieras que sobre ti recaían nuestras ilusiones y esperanzas, siempre responsable y madura, ecuánime y severa con las injusticias que llenan tus ojos de lágrimas, reivindicativa y firme con tus convicciones, preocupada y disponible por cualquiera y para cualquiera. No conoces el verbo defraudar.
La última vez que lloré como una niña fue la tarde que nos despedimos en Copenhague. Sabía que era una ocasión fantástica para ti, irrepetible, positiva en todos los sentidos; sabía que iba a volver a verte pronto, que sólo iba a ser un año, que te quedabas en un buen lugar; lo sabía, pero nada pudo evitar que me sintiera más sola de lo que nunca había estado. Y es que también sabía que sin ti no iba a estar completa, que sin ti me iba a faltar algo, aunque pudiera verte todos los días por la pantalla del bendito ordenador.

Sensiblerías de madre que sabrás perdonar.

Gracias por lo que nos has dado, gracias por lo que aún nos vas a dar.

© Anabel

Junto con Queen, fue la música que primero tarareaste ¿te acuerdas?

Dire Straits, para ti: Local Hero



viernes, 4 de julio de 2008

La Guerra Santa



Carezco de estrategias, no planifico mi avance sobre el papel en blanco, de hecho hubiera resultado un mal militar, pues sin previsión ni víveres me lanzo sobre los sentimientos o, la mayoría de las veces, me invaden ellos a mí. No domino ese momento, ni siquiera sé cuándo y cómo me van a saquear. Sólo sé que, en esos instantes, procuro que me encuentren lápiz en ristre, decidida a dejarme vencer con la única condición de que me regalen un poema. A veces gano y surgen poemas que voy colgando como pendones para las próximas cruzadas, otras pierdo y rompo mis rendiciones en mil pedazos. Disposición a luchar, a observar, a permanecer al frente, a mandar sobre el espíritu voluble. Estas son las condiciones para continuar sin desfallecer en el campo de batalla. Al final, exhausta dirijo mis tropas supervivientes a los barracones para descansar y avituallarse, para sacar las fuerzas de la maldita realidad antes de volver a la guerra. A la guerra santa.


Para Marcela que ha premiado mi particular Guerra Santa con el hallazgo del Santo Grial: su muestra de afecto

http://mujeresde40.blogspot.com/2008/06/los-cuentos-de-anabel.html


© Anabel