lunes, 31 de enero de 2011

jueves, 27 de enero de 2011

jueves, 20 de enero de 2011

El tren de su vida


Cuello de abrigo acariciándote los labios; maleta de ruedas ruidosas; libro en mano; bolso cruzado y prisa. Melena que cruza la estación decidida, enredada en el viento, con un destino prefijado, segura. Así bajaste del vagón. Pensé que te había encontrado.

Fue un pensamiento rápido, como las fotos de una Polaroid, como tu pase por delante de mí, pero intenso, muy intenso. De hecho, no pude reprimir abandonar la fila para subir al tren, y seguirte. Agarré mi maleta imitando tu gesto, raudo intenté seguir tu estela y el aroma que ibas regalando a tu paso. La cola para acceder a la escalera mecánica me impidió colocarme justo detrás de ti, a tan solo un escalón de tu perfume, a tan solo un centímetro de la posibilidad de tocar tu pelo. Tuve que propinar algún empujón para no perderte de vista. A la salida de la estación te divisé cogiendo un taxi. Le hablabas al taxista que subía el equipaje al maletero y sentí celos irracionales, nieve en junio. Levanté la mano, de manera precipitada, un taxi paró a mi lado y tú te volviste. Yo seguía con el brazo levantado, quise acercarme a ti. Elegantemente, te apartaste la melena y, durante un instante, creí que me sonreías. Montaste en el coche y el taxista que había estacionado a mi lado reclamó mi atención con un pitido atronador que revolvió mis entrañas.

Devuelto a la realidad, miré el reloj. Había perdido el tren.

© Anabel

domingo, 16 de enero de 2011

lunes, 10 de enero de 2011

Lleida brumosa (con retraso)

De los más de veinte años que llevo viviendo en Lleida, sólo un par de Navidades fueron blancas y el albor permaneció muy poco, tan delicadamente había nevado durante la noche. Los ociosos niños raudos bajaron a la plaza comunitaria a jugar con aquel obsequio inesperado. Pronto se convirtió en barro, o en hielo en las zonas de penumbra. Las urgencias de l’Arnau se llenaron de piernas y brazos rotos, de caderas dislocadas, de esguinces propios de gente nada acostumbrada a que el invierno se muestre en su máximo esplendor.

La niebla, fiel compañera de los meses invernales por estos lares, no provoca tantos accidentes. Ella, tan sutil, se cala hasta el moll de l’os y cubre con una fina capa de humedad todas las ropas que, inútilmente, intentan protegernos del frío. Entre su espesor y las bufandas, cuellos altos y gorros, ver y verse es tarea complicada. Pero, en este paisaje que a priori pudiera parecer triste, las luces navideñas que decoran las calles se transforman en destellos titilantes cubiertos de un halo fantasmagórico y se abren camino entre el vaho blanquecino. Iluminan la imaginación de la noche regalándonos gotitas de tibios colores. Es la mejor atmósfera para que los niños aún crean las leyendas centenarias de magos y reyes, niños y ángeles, caganers y tions; para que no pierdan la esperanza de que algún regalito puede llegarles a pesar de no haber sacado buenas notas.

Por eso debe ser que creo en Navidades Blancas, aunque sólo sean húmedas; en los Reyes Magos, aunque no tengan papeles; en los ángeles, alguno ha de haber y en un futuro despejado, aunque el presente esté cubierto de niebla.

Feliz Navidad (con retraso)

© Anabel