jueves, 19 de febrero de 2009

El Final




Convencida de que nunca llegaría,
tomaba atajos de falsas ilusiones
y amores desgastados;
esquivaba recodos con señales
de caminos cortados y
de luces prohibidas;
regaba arbustos para que crecieran
con flores que me taparan el paisaje
y me sirvieran de niebla.
Se me antoja increíble no haber salido antes de mi biombo
en dirección a lo ignoto,
no haber sentido la necesidad de comprobarlo tangible,
delimitado y, a la vez, abierto,
triste y, a la vez, esperanzador.
Daba tanto miedo
que mirar hacia otro lado
fue un ejercicio habitual.

Ahora, plantado claramente delante de mi,
me sonríe,
me guiña un ojo
y me susurra:
“El final nunca es un fin”.

Y le doy la mano esperanzada como una doncella
regala su virtud a un caballero con armadura.

© Anabel

sábado, 14 de febrero de 2009

Llevar gabardina



Un claxon me humilla,
patea mi respiración
y descoloca a la lluvia
que no sabe si caer
o permanecer suspendida.
Cierro los ojos y deseo no estar,
no ser
en ningún lugar,
pero las gotas rebeldes
acarician mi cara,
me devuelven a la calle de la vergüenza
al doblar la esquina.
Sólo un portal me acoge
con un abrazo húmedo y oscuro.

No hay estrellas en su cielo,
ni árboles en el patio,
y el sonido del contador,
cual reloj de arena,
me señala la inutilidad
de llevar gabardina.

© Anabel

lunes, 9 de febrero de 2009

Sin Lágrimas


Llevas muerta cinco días y aún no he vertido ni una lágrima. He soportado estoicamente las molestas preguntas del señor de la funeraria y su premura para que eligiera el ataúd; las impertinencias de mis hermanas y la estupidez del representante del seguro; el eterno velorio y el tedioso sepelio en el que todo el mundo lloraba como si alguna vez le hubieras importado a alguien. Ninguno de ellos te cambió los pañales ni te empujó la silla de ruedas. Hoy es el primer día en el que estoy sola frente a tu pulida lápida y únicamente tengo ganas de bailar sobre tu tumba.
© Anabel

lunes, 2 de febrero de 2009

Escondrijo


Quiero esconderme
al resguardo de lámparas ciegas
que no delaten mi sombra
abrigada por un bestiario
dispuesto a complacer mis deseos fantasiosos,
sin imposibles ni distancias,
irrigado a fuerza de noches en vela
y cirios prendidos en novenas perennes
rosario de cuentos costumbristas
de princesas y príncipes enamorados
felices como alfombras voladoras.

No quiero asomarme a conocerte, a verte:
mi imaginación es frágil como el cristal de Urano
y, si no me pierdo en tus fidedignos bosques de deseo infinito por mí,
puedo romperme de frío para toda la eternidad.

© Anabel