miércoles, 28 de noviembre de 2012

Huelo a ti




Me gusta hasta el modo en que te alejas de mí:
despejas el camino y esparces tu mullida niebla.
Me acurruco en el hueco de la ausencia,
intento evitar aquello que me haces sentir.
La opacidad me envuelve y tiemblan mis dedos,
se han olvidado del camino hacia el sur,
necesitan un guía y se rebelan
en una protesta sin estandarte,
en una guerra silenciosa y húmedamente salada.
No hay brújula, sólo una sábana infinita
como la noche, como el no soñar.

Huelo a ti
y al beso que no te he dado.

© Anabel

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Inexorable





Somos dos ángeles con sexo,
dos miedos paralelos.
Mi boca está clavada en el madero de tu cuello.
Marwan

El universo sabe que, si fuera por mí, se podría hundir, por eso no lo hace. Simplemente se detiene y deja que mis ansiosos dedos respondan a tu llamada desde el WhatsApp. Suelto lo que lleve en las manos, da igual si son una docena de huevos como un brik de leche; caen y mis oídos ni siquiera lo oyen. Pienso que morir atropellada en un paso de cebra sería un precio relativamente bajo si contestarte me fuera en ello.
Me dices que te tengo olvidado, que no te llamo. Escribo que no quiero agobiarte, cuando lo que realmente debería poner es que no quiero espantarte; me muerdo los labios para detener mis pulgares en su carrera hacia el te echo de menos. Y aparece dicha frase desde tu teclado táctil y sonrío de tal manera que la gente me mira como si fuera de otro mundo. No saben que estoy en otro mundo.
Al abrir la puerta, te contienes, me besas húmedamente en los labios, aunque sé que allí mismo me arrancarías la ropa. Hablamos de banalidades mientras nuestras mentes ya están desnudas en la cama. Me vuelves a besar, esta vez un poco más largamente y acaricias mis caderas. Qué guapa has venido hoy. Ahora te beso yo y busco en tu boca las ganas que tienes maniatadas. Las encuentro, todas.
Pero cómo puedes ser tan bonita. Me deshago cubierta por tus ojos azules y pienso que el tiempo es infinito cuando lo comparto contigo, que me da igual lo que suceda en los intervalos entre nuestros encuentros horizontales. Tu suave mano vuelve a perderse debajo de las sábanas en busca de mi pubis. Me estremezco como una quinceañera y me lames el cuello.
—Me gustas mucho —me dices.
Suspiro.
—No sigas por ahí, no fue ese el pacto.
—Lo sé…
Nos miramos durante minutos sin parpadear. En cuántas partes de tu cuerpo me puedo perder. Quién dijo que no se podían penetrar los oídos cuando las palabras son tan dulces como sables de azúcar. Necesito que me muerdas, que me marques, a cambio, te dejaré mis uñas un ratito en la espalda. Hecho.

Como el Sol que, tarde o temprano, engullirá la Tierra, tú y yo nos acercamos e intentamos detener lo inexorable comiéndonos a besos delante de la encrucijada de la vida. 

© Anabel