Escribir

Mi música en los auriculares, a tope. Mi Word, en blanco esperándome como un amante, abierto de par en par, dispuesto a dar, pero, sobre todo, a recibir. Mis sentimientos a flor de piel accionando atropelladamente las teclas del ordenador. Y empiezan a surgir personajes, situaciones, historias, emociones, lugares y tiempos que sólo existen en mí. Sólo existirán si alguien las lee, sólo pasarán a formar parte de la realidad individual de quien las lea.

La lectura es el camino, la escritura es la creación.

No hay nada mejor.






Entre aguatintas (2 de junio de 2011)



Me alimento de los hechos cotidianos o, al menos, eso quiero pensar. Nunca he escrito grandes historias, ni circunstancias sobrenaturales o llamativas. Mi imaginación se refugia en el día a día, en acontecimientos modestos y sencillos, en los que cualquiera puede haberse visto alguna vez o puede sentirlos tan cercanos como la vecinita del primero derecha. Eso es lo que me gusta, eso es sobre lo que quiero escribir. Un noventa y nueve por ciento de lo que escribo es inventado. Puede estar basado en sucesos más o menos reales, o en circunstancias de la realidad que me han sugerido la historia, pero todo es humo, nube que parece algodón, pero que cuando la vas a tocar se escapa entre los dedos. Apariencia.


Aún así, me apetece creer, y me apacigua, que debajo de ese disfraz de lo ordinario haya siempre algo transcendente, algo que varíe la vida de un personaje en un momento concreto, que le obligue a reaccionar, a decidir, a enfrentarse a sus miedos y labores diarios. Debe actuar, en un sentido o en otro; no es necesaria la acción contundente y llamativa, el silencio y la no-acción  dicen mucho de cómo es el personaje y de cómo responde. Me fascina pensar que cada uno de nosotros, cada personaje, delante de un mismo estímulo reacciona de diferente manera, es una de las características que nos diferencian de los animales. Porque las necesidades y la escala de valores varía en cada uno según cultura, educación, religión, sexo, posición social y económica… Son tantas las variables posibles que nunca se puede escribir una misma historia, porque esas mismas variables afectan a cada autor. Y este bucle infinito plagado de variables e incógnitas proporciona un abanico inabarcable de resultados.

Llegados a este punto, opino que cualquier evento es potencialmente una historia. Por eso le doy tanta importancia al cómo. El cómo se cuenta la historia es fundamental, es allí donde radica el estilo y es en el estilo donde nada el escritor. Los hay que ya navegan sobre un hermoso yate mientras que otros a duras penas y con manguitos dan brazadas de ciego sobre unas aguas profundas alejadas de la orilla. Por eso busco, investigo, intento, me canso, rompo y quemo, desisto y vuelvo. A veces me hago aguadillas yo sola, otras alcanzo alguna roca y, en muy pocas ocasiones, siento que sé nadar con una brazada espléndida.

Es la mejor sensación del mundo.








He de escribir



Un día de estos he de escribir sobre una mujer libre como el viento y fuerte como la coz de una yegua. Una mujer alegre y abierta de corazón y de piernas generosas. Una hembra hambrienta de hombre y aventuras, que nada la mantenga quieta ni ligada a ningún falo por mucho que la satisfaga. Con las manos llenas de amor y el corazón henchido de independencia, dispuesta a ganar y a perder a cambio de palabras prometidas, pero sin compromiso porque el mundo es muy grande aún y ella no ha de parar hasta que se le quede pequeño. Y entonces, cuando la geografía humana haya sido explorada y explotada, sólo entonces, regresará a aquel falo que siempre la amó, que siempre la esperó y que la recibirá como luz de faro que alumbra el camino a barquichuelas intrigadas por encontrar la verdad en la fugaz estela de las estrellas.


Un día de esos, para variar.


Catarsis  (19 de marzo de 2013)


No es la nada de la inopia, es la nada tras el vaciado. La nada ligera, etérea, que inunda de un sosiego extraño el alma. Es un leve mareo que cubre los ojos con un velo de transparencia brillante. Es la paz tras el parto, pero sin el temblor ni el frío. Un estado de semiinconsciente que relaja los músculos y deja la mente casi, casi en blanco.  Así debe ser la brisa que sopla en el limbo; así debe ser la felicidad de los mansos. Y no sé si quiero volver a llenarme, a almacenar de nuevo, a perder esta nada benigna y regresar al esfuerzo cotidiano de sentir y resentir, de vivir y revivir, de morir y no renacer. Temo las escaleras, la tempestades, la miseria, la rabia, el amor, el sacrifico, el dolor. Ganar. Perder. Llenar para volver a soltar. Es ineludible.

Vivir y escribir.