Sólo me permito llorar en los
taxis
alejada de las miradas que no
reboten en un retrovisor,
iluminada por reflejos de una
luz cernida
a través de cristales manchados
de vapores
o, tal vez, de otras lágrimas
fugitivas.
Confesonario donde una nuca
ciega escucha
la dirección de tus pecados
y la penitencia la marcan los
metros recorridos.
Tropiezo con las arrugas de la
tapicería de escay,
cielo del revés con nubarrones,
y pienso si seré capaz de
terminar Ulises.
El manido volante imita a las
manecillas incansables:
mi vida, por unos instantes, se
ha posado en su girar.
El portazo, irremisiblemente,
me devuelve
al principio o al final de esta
carrera.
© Anabel
:) genial
ResponderEliminarSimplemente sublime.
ResponderEliminarPrecioso, Anabel.
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