Es irrecuperable el tiempo
pasado,
bien lo saben mis manos
y los anillos de mi corazón.
He cerrado la última puerta,
consciente soy de que no hay
marcha atrás.
No hay satisfacción, ni alivio,
ni orgullo, ni premio.
Me espera la soledad,
para ser rellenada de sudores
de tinta,
de inalcanzables ideales
y de reproches a última hora,
quejidos arrepentidos de lo que
pudo ser y no fue.
No existe el mañana donde
averiguar
si la elección fue la correcta:
la bola de cristal ha decidido
mostrarse tan sombría
como la duda en la noche.
Sólo queda el consuelo de haber
vencido
a la inercia de la rutina,
inexorable indicadora de que la
vida
no ha de ser un compendio de
hábitos,
ni un aguante de malas
costumbres.
© Anabel
Libre y valiente, como siempre.
ResponderEliminarCon las palabras puestas como las piedras desnudas del románico.