A Javier
Tuvo
que ser en una playa, aunque tú y yo nunca habíamos estado en una. Así fue más
de película, de esas romanticonas que tanto nos gustaban, de las que
transcurrían normalmente en Nueva York, pero con un guion buenísimo, ¿eh?, me aclarabas.
Siempre te preguntas por qué no nos habíamos rencontrado antes. Yo no soy de
buscar explicación a las cosas del destino, al porqué de los antojos del
viento, al porqué de la inconstancia de los relojes. Creo que poco podemos
hacer en contra y nuestra fuerza radica en adaptarnos, en no dejarnos hundir
por el hado caprichoso. Pero tú insistes, no puedes entender que ocho años nos
hayan mantenido separados sin ningún tipo de contacto, con leves noticias a
través de terceros de nuestras andanzas y desventuras. Mucho tiempo, tanto que
los minutos se transforman en kilómetros y la distancia es mucho más tangible
de lo que la mera metáfora temporal nos indica.
Tanto que estábamos a punto de acercarnos al límite de la imposibilidad
de volver a vernos. Y no sólo por el tiempo y la distancia, sino por todos los
acontecimientos que caben en 4.207.590 minutos, acontecimientos que alejan y
difuminan los recuerdos y afectos entre la rutina y la desidia, atrapados en la
cotidianidad que empezaba a hacernos dudar sobre si alguna vez existimos. Si de
algo han servido estos ocho años de separación, ha sido para demostrar que los
sentimientos saben burlar el tiempo, saben escapar de la rutina y que, además,
si son verdaderos, se convierten en omnipotentes en cualquier dimensión. Porque los
sentimientos nunca se distanciaron de nosotros, porque ellos nos demuestran la
falacia del tiempo y el espacio, porque la vida no deja flecos sin resolver y
porque, también hay que decirlo, las redes virtuales, a veces, ayudan en la
tarea de unir.
Tras un
mensaje de solicitud de amistad en Facebook, me pediste el teléfono.
Rápidamente te lo di. Sonó el móvil:
— ¿Eres
tú? —ese
acento tan sutil y andaluz me hizo cosquillas en el alma.
—Claro
que soy yo.
—
¿Dónde estás? —tan curioso como siempre.
—En una
playa de Galicia.
—Y ¿qué
haces tan lejos?—preguntaste.
—Acercarme
a ti.
La
certeza de que nunca más nada ni nadie nos volvería a separar estalló sobre
nosotros en forma de sonrisas y de la humedad de la ría.
©
Anabel
Supongo que a este texto, buenísimo, e insisto en lo de buenísimo porque, entre otras cosas, las frases sobre los porqués y los vientos y los relojes y las distancias y los etcéteras, son geniales, digo que a este texto le faltan varios capítulos. Que puedes contar más, ya sabes, que callas más de lo que sabes. Porque, convencido estoy, conociéndote como creía conocerte, que cuentes el antes, el durante y el después, lo harás con la maestría a la que nos tienes acostumbrados.
ResponderEliminarEso, que felicidades.
Mario
Hay historias para siempre, para recuperarlas al instante después de decenios de olvido. Lo que no cambia nunca es jurar por la eternidad del reencuentro.
ResponderEliminar