domingo, 1 de marzo de 2009

Terciopelo Húmedo




“¡Ta,ta,tadeo el tar, tar, tartaja!”
A pesar de que se supone que el avance de curso conlleva mayor maduración y acopio de inteligencia, la poca originalidad de los compañeros de clase se hacía patente cada año y lo peor era que Tadeo no podía contestarles pues, antes de que hubiese acabado la réplica, se habrían ido con muecas de aburrimiento o habrían vuelto a mofarse de él. No le quedaba más remedio que callar, pasar por delante de ellos como si estuvieran contando un chiste malo hasta llegar al pupitre. Calvario que se repetía cada mes de septiembre. Las chicas suponían un camino mucho más tortuoso. A la mayoría les daba pena; muy educadas y cariñosas, le hacían caso con cierta dosis de curiosidad, pero al cabo de unos minutos, la impaciencia innata en los niños no era capaz de esperar a que acabara la oración y la inconsciencia las cogía desprevenidas cuando alguna risilla se les escapaba por entre esos dientes intermitentes. Aburridas, al segundo trimestre, le habían perdido la compasión. Tadeo aprendió, mucho antes de poder decir su nombre de un tirón, que su vida iba a ser muy solitaria.
Su introspección crecía con la edad, sólo encontraba placer en la lectura y en la música. Las vacaciones de verano, hasta cumplir los dieciséis, las había invertido en aprender a tocar la guitarra y en hacerse una biblioteca de literatura fantástica, aficiones que le obligaban a construir un mundo interior rico, libre de miradas expectantes por ver cuánto más iba a repetir la misma sílaba. Averiguó que era rápido de pensamiento, que sus manos no tartamudeaban con las cuerdas de una guitarra, ni su voz cuando las acompañaba con las letras de las canciones que componía. Descubrió que podía encontrarle un sentido a la vida en soledad y dejó de desear haber nacido ciego.
Tan ensimismado en erigir su universo particular pasó el verano que no se dio cuenta de que su exterior había crecido unas cuantas pulgadas y lo que le rodeaba le pareció más pequeño, más insignificante que cuando estaba a su misma altura. Sorprendentemente, ningún pasillo de niños le esperaba para recibirlo con la consabida cantinela, llegó hasta el pupitre como uno más. Miró hacia delante y hacia atrás esperando que todo fuera el preparativo de una broma mayor, pero empezó la clase sin haber oído la frase tan temida. Intuyó, por primera vez, en qué podía consistir ser normal. En el recreo, mientras leía “El Retorno del Rey”, oyó una voz dulcemente femenina que le hablaba. Levantó la vista y vio a la chica más hermosa que jamás hubiera imaginado que existiera más allá del mundo de las hadas y los elfos. En un acto reflejo, apretó los labios, volvió a poner la mirada sobre el libro con la esperanza de que ella se sintiera menospreciada y se fuera para evitarse el bochornoso trance de iniciar una conversación.
-Te digo que a mí también me gusta mucho “El Señor de los Anillos”. ¿Sabes que Tolkien era un profesor de universidad que se inventó todo un universo y hasta un idioma?
Tadeo suspiró, no iba a tener más remedio que abrir la boca.
-Sí.
-Me llamo Elisa, soy nueva aquí, a mi padre lo trasladaron este verano. La verdad es que no me gusta mucho esta ciudad, es muy pequeña, provinciana, prefiero la capital, es más emocionante. ¿Has estado alguna vez en Madrid?
-No.
-¿Es que quieres que me vaya? –esos ojos almendrados le obligaban a responder.
Un silencio que a Tadeo le pesaba como el hierro, se apoderó de la corta distancia que había entre los dos. Le hubiera gustado decirle tantas cosas, pero no iba a lograrlo, al menos en un tiempo prudencial, así que debía ser breve y elegir bien qué decir.
-No, no tevayas. Me, me, me gusta oírte –cerró el libro, se acercó a ella un poco más y le prestó toda su atención-. Me, me, mellamo Ta, ta, tadeo.
Si Arwen tenía una sonrisa no podía ser más bella que la de Elisa, tras la que comenzó a explicarle el horrible verano que había tenido, que había dejado a todos sus amigos en Madrid, que estaba muy enfadada con sus padres, que el instituto al que iba a ir era mucho mejor que éste… Tadeo escuchaba cómo pronunciaba las eses al final de palabra, como las dejaba sonar tan sólo un instante más, cómo tomaba el aire en los momentos justos para hacer la pausa, cómo se apartaba su melena castaña con las dos manos, la retorcía formando una cuerda de aspecto sedoso y lo miraba a los ojos como si no supiera de su tartamudez.
-Si, si, siquieres, te, te, tedejo “Las, las, las dosTorres”.
-¿De verdad? Me encantaría, perdí el libro en el traslado y no lo he podido acabar. ¿Me lo traerás mañana?
-Sí.
-¿No te olvidarás?
-No.
Elvira rió, era una risa limpia y clara como el chorro de una fuente. Él la miró reticente, imaginó que se estaba burlando de él.
-Eres la persona que mejor me escucha del mundo.
-Esque, hablo, muy, muy, muymal –Tadeo no pudo evitar sonrojarse.
-No te preocupes, yo hablaré por los dos, tú sólo tendrás que escucharme –y volvió a refrescarse el aire con su risa-.
Estaba dispuesto a escucharla toda la vida si eso le permitía rozar sus labios con la yema de los dedos, incluso por nada.
Lo primero que hizo al llegar a casa fue meter en la mochila el segundo volumen de “El Señor de los Anillos” y bendecir el día en que compró la trilogía con todos sus apéndices; agarró unas cuantas canicas, se las metió en la boca y empezó a hacer lo que se había jurado que nunca haría: practicar frente al espejo.
Por primera vez en su vida estaba ansioso por ir a clase, por alcanzar la última manzana antes del instituto para verla llegar desde lejos, por ser salpicado por su risa y su pelo, por sentir su mano sobre el brazo, por oír esa voz maravillosa. El trimestre pasó mucho más rápido de lo que hubiera deseado, pero la semana de exámenes redimió la premura del tiempo. Tadeo ayudaba a Elvira con las matemáticas y pasó varias tardes en su casa merendando, mirando vídeos por YouTube, oyendo música, jugando con los números y miradas furtivas. La tarde anterior al control, el estómago de Tadeo era tan pequeño que no podía ingerir ni una patata frita de las que la madre de Elisa les ponía junto con una botella de Coca-Cola. Se había pasado toda la noche ensayando frente al espejo con la boca llena de canicas la frase que desde hacía semanas quería decirle. Respiró profundo y pensó que el mundo no era de los cobardes. Se giró y cogió por los hombros a Elisa, abrió la boca y salió un te repetido; así que echo mano del plan dos: lanzó sus labios sobre los de ella. Elisa no se apartó, le miró con una gran dulzura y sonrió. Tadeo pensó que había llegado el momento de saber a qué sabe una boca que no tartamudea. Besó primero, tímidamente, el labio superior, luego, más decidido, el inferior y se abrió paso con su lengua que, asombrosamente, no temblaba en absoluto. Descubrió que podía haber un mundo en la boca de una mujer, que podía ser infinita la cavidad de los que no tienen eco, saboreó su lengua dulce, como no podía ser de otra manera, con el punto de sal de las patatas fritas. Hubiera seguido una hora más, pero pensó que no podía abusar y, suavemente, se separó. Elisa seguía con los ojos cerrados y la boca entreabierta. No pudo evitar tocar esos labios con las yemas de los dedos. Terciopelo húmedo.
En el segundo trimestre, la noticia de la relación del tartaja con la “buenorra” de Elisa había despertado muchas envidias y comentarios de incredulidad de algún que otro repudiado por la madrileña. Uno de los últimos, Julián, un matón del curso superior, esperó a Tadeo una tarde en el patio. Empezó a insultarle con la misma retahíla de improperios de siempre; Tadeo, inmunizado de tanta estupidez, pasó de largo sin prestarle la más mínima atención.
-Que sepas, tartaja, que Elisa es una zorra, pero tú no tienes huevos de pasar de darle besitos. ¿Qué te has creído?, ¿que un tartaja de mierda se la va a tirar? Antes se irá con un tío de verdad, uno como yo. Ya lo verás, esa quiere un hombre no un disminuido como tú.
Tadeo no sabía que la ira pesaba, que su sabor era como hiel en la lengua que le obligaba a tener nauseas ante tanto desprecio. Se le amontonaron todas las palabras de odio en la garganta e intentaron salir propinándose empujones unas a otras en un lenguaje perfectamente adoptable por los orcos, orcos enfurecidos escupiendo por la boca la sangre que ya no les cabe en la cabeza. Julián no podía contener las carcajadas al verlo en semejante estado, se doblaba mientras Tadeo se acercaba a él enfurecido.
-Ay, que me parto, Dios, qué patético eres, si te viera Elisa se partiría de ri, ri, risa, ja, ja, ja.
Cargó todo el rencor contenido durante tantos años en el puño derecho proyectándolo contra su cara. Julián cayó largo al suelo, con la nariz rota y la cara ensangrentada.
-Elisa no es una puta, gilipollas.
Tadeo fue expulsado del instituto por una semana. Si alguna vez hubiera tenido el respeto de sus compañeros podría haber dicho que lo había recuperado, pero eso no le importaba ya. Al enterarse de su hazaña, Elisa fue corriendo a su encuentro, en cuanto lo vio, se echó en sus brazos y le besó. Era el mejor premio que podía recibir.
El tercer trimestre se presentaba sombrío, aterrador. Un ascenso obligaba al padre de Elisa a mudarse a las Islas Baleares esta vez. Ella había intentado por todos los medios convencerlo de que se mudara sólo él o que la dejara a ella al menos durante el verano, antes de que comenzara el nuevo curso. No hubo forma, a finales de junio Elisa desaparecería de la vida de Tadeo. Los dos jóvenes decidieron pasar juntos el mayor tiempo posible, con la excusa de los deberes, no les fue difícil lograrlo. Elisa planeaba viajes para el verano en los que poder verse, Tadeo asentía con la cabeza a todo lo que ella ideaba, verla tan preocupada por no poder estar juntos le complacía pues era la mejor muestra de que sentía algo por él. Una tarde, en casa de Tadeo, Elisa ideaba el enésimo viaje.
-Mira, en esta página de Internet, he encontrado unos billetes de ferry muy baratos si los compro ahora, lo malo es que hay que pagarlos con tarjeta de crédito y yo no tengo. Puedo quitársela a mi madre, para cuando se entere ya estarán comprados…
Se sentía culpable por disfrutar de su dolor. Posó los dedos sobre sus labios aguantándolos unos segundos para deleitarse con el terciopelo húmedo; sacó la guitarra del armario empotrado, se sentó en la cama y le cantó una canción que había compuesto para ella.
-Te quiero, Elisa –le dijo cantando en la última estrofa.
Se besaron con ansía, dejando atrás los pudores, los miedos. Elisa le desabrochó los pantalones y Tadeo la paró.
-Si tú no, no, noquieres, yo no quiero obligarte…
-¿No lo deseas, Tadeo?
-Pu, pu, puesclaro.
-Pues calla y bésame que lo haces mucho mejor.
Sólo con el ensayo de los sueños y los deseos, abrieron el paquete del sexo con torpeza, con el asombro de lo nuevo, con el ansia de quien recibe un regalo inesperado. El cuerpo desnudo de Elisa era lo que compensaba los esfuerzos y penurias, las horas de soledad, las palabras contenidas. Era lo que más quería y deseaba en el mundo, más que superar la tartamudez. Descubrió que el terciopelo húmedo se extendía por toda su piel y conquistó parajes vírgenes que se le entregaron completamente. Sintió morirse dentro de ella, romper el caparazón que durante dieciséis años le había constreñido; se sintió resucitar y crecer y volar e invadió los ojos almendrados que repetían su nombre en un suave tartamudeo.

Llegó el temido junio con un apacible calor y un sol compasivo que iluminaba un paisaje que no podía ser alegre. Le dolía el estómago al recordar las lágrimas de Elisa despidiéndose desde la ventanilla de atrás del coche, señalándole el anillo, en alfabeto tengwar edición limitada, que adornaba su dedo.
Aquel verano hubo dos huecos en Tadeo: uno enorme en el corazón y otro en la biblioteca. El último, nunca lo repondría.

© Anabel

8 comentarios:

  1. ¿...tienes algo publicado?, me parece, esto, muy bueno,...bueno,.. y lo demás que tienes también.

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  2. Como siempre enganchador, acaparador, inevitablemente leíble, inevitablemente imparable de leer...

    Volviendo al tema de antes, tras cada final hay un nuevo principio... No sé si todo tiene siempre un final, dicen que sí, que nada dura para siempre, y lo que sí viví en carne propia era eso que decía Sabina en "Peces de ciudad"... "En Macondo aprendí que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver".

    A veces (prefiero imaginar) que las cosas no terminan, sino que simplemente se transforman, que se convierten en otra cosa, puede que no mejor, pero (también prefiero imaginar) que sí para un mejor fin (aunque sea mentira).

    Prefiero pensar que de cualquier manera, Tadeo nunca sería el mismo ser si Elisa no hubiera pasado por su vida, y tampoco si no se hubiera tenido que ir.

    Pasamos por la vida de los demás y los demás por la nuestra, y puede que a veces, sólo sea para aprender algo.

    Siempre hay algo que aprender.

    Pero este chico (está claro), que se saltó alguna señal, y se metió en la niebla para ver más allá dándole tremenda patada en el culo al miedo.

    Qué viva el ter-ter-terciopelohúmedo!!!

    (Fantástico, como siempre, y totalmente de acuerdo con Fernando, a ver cuándo te decides!!!!).

    Un abrazo cuentista... Mi cuentista.

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  3. Después de una larga ausencia vuelvo al redil, tocaya, y me recibes con una historia tierna y maravillosa. ¡Ah! Esos amores de juventud, tan intensos como tortuosos y aleccionadores.
    Sigo leyéndote... sigo disfrutándote.
    Un abrazo

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  4. Hola Anabel....como siempre todo lo que escribes es fantástico.
    Te he dejado (hace unos días) un premio de !oro! en mi blog...creí habértelo comunicado...pero lo mismo solo lo creí.

    Un besote

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  5. Hola Cuentista... tu si que sabes. Espero que vayas preparando las lectura poetica... ya, lo sé, estas nervi... pues es lo que hay.
    todo final tiene un principio... y todo principio un final... así que habra que aprovechar las oportunidades.

    un saludete

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  6. Excelente, cada una de tus historias originales, con ese toque que le imprimís y nos mantiene pegados al monitor...
    Un gusto leerte!
    Abrazos


    tu blogroll no actualiza mi blog, ya que ayer publiqué y no figura.
    Contame como va lo del recital!

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  7. Cuentista,
    Es una delicia volver y poder leer este relato dulce de un primer amor con toda la expectativa de dos jóvenes que se gustan y buscan.
    Nuevamente me dejaste sin palabras. Lo he disfrutado hasta el último punto y no pude despegarme ni un segundo. Así sos vos y tus cuentos.
    Hermosa historia...¡hermosa de verdad!.

    Un beso

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  8. Vaya!
    Todo un descubrimiento este rincón de relatos, una narrativa rica sin ser pesada, un trasfondo genial...
    Me ha encantado, un saludo!

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