El dolor metálico de mi ovario derecho
es un aviso insistente,
tanto como la presbicia de mi ojo izquierdo.
Simetría repartida a pérdidas iguales
que muestra un camino discontinuo.
Señales infalibles y crueles
me recuerdan cada mañana
que he vivido la mitad de las mañanas.
No es la incógnita de la cantidad lo que me asusta,
es la duda de la calidad de lo que me resta
lo que me impide dormir como la joven
que alguna vez habitó en mí.
Quizás la abandonara demasiado pronto,
pues ya hace lustros que me siento vieja,
y ahora, en esta caída a cámara lenta,
acuso más que nunca lo que no fui,
lo que no aprecié y, sobre todo, lo que no osé.
Sé que hay mucho por delante y por aprender,
sé de la esperanza como la última en abandonar,
pero también sé que la felicidad,
la felicidad más calmada y duradera,
sólo la he encontrado en mi muñeca sin reloj
y en el no esperar más que la siguiente inspiración.
© Anabel
me conmueves, Anabel, no sé qué ni por qué pero algo me estremece en cada verso...
ResponderEliminarNo hace falta un porqué. Si llega, el resto da igual. Gracias.
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