Mapa que se hizo Nabokov para leer el Ulises de Joyce
Tenía
que haber salido hace un cuarto de hora. Si no me doy prisa, no llegaré puntual
y si corro, llegaré sudada. Joder. Siempre me pasa lo mismo. No voy a coger un
taxi para irme a depilar, menudo negocio, y justo esta semana han cambiado el
recorrido de los autobuses. Adivina cuál tengo que coger. Y en cuanto salga de
depilarme aún he de hacer unos cuantos recados más. La mañana va a ser larga.
No he de olvidarme de comprar los regalos, no puedo plantarme en Granada con las
manos vacías. Tal vez un pañuelo, o una colonia… No sé, a ver qué se me ocurre.
Suelo salir airosa cuando improviso, igual que en las presentaciones. Se me ha
atascado el cuento de Azucena y el cactus. Tengo el personaje, su presente y su
profesión, pero no sé cómo unirlo con la ermita de San Benito y el cactus. Es
que me meto en cada berenjenal. Y, ése ¿qué mira? Los hay que no se cortan. Jolín,
ni que fuera desnuda. Primitivos. El que quiero que me mire, ni se entera de
que existo. Así va esto, como los relatos, unos salen rápido, nada más abrir el
Word ya tienes medio cuento en la cabeza, y otros… Me he empeñado en poner el
cactus y, aunque aparece en la foto de la ermita, no hay manera de ligarlo con
la protagonista. No he de obcecarme, al final salen, pocos se resisten, sólo he
de olvidarme conscientemente del tema. Ahora hablaba de relatos, no de hombres.
Mira, un escaparate lleno de cámaras de fotos, de objetivos, de álbumes… Sí,
que ella será fotógrafa lo tengo claro. ¿Qué hace un fotógrafo? Fotos, obvio.
Así que Azucena se encuentra en la ermita de San Benito en Monegrillo para
tomar fotos. ¿De qué? ¿De la vegetación? Allí entraría el cactus… No, irá a
hacer un reportaje sobre la romería. Vale, y entonces sacará fotos de la gente.
Bien, ¿qué más? Gente que sale en las fotos… Poco original. A ver si cojo el
semáforo en verde.
—He
estado a punto de anularte la cita.
El
padre de Ana se está muriendo y ella se pasa la sesión pendiente del teléfono.
87 años, un cáncer y un ictus superados, más los achaques que la vida va regalando.
Parece que ya se ha cansado de seguir
luchando. Pobre. O afortunado. Hace una semana murió el tío Paco. Los mismos
años, con cáncer de piel. El hermano mayor de mi padre. ¿Cuántos años tiene mi
padre? 81. Él no ha sufrido ninguna enfermedad importante, bueno, excepto la
operación de la prótesis de rodilla. No lo quiero ni pensar. Qué triste estaba
en el entierro de su hermano. Es el primero, empieza la rueda, exclamó en el
tanatorio. ¡Ay! Eso ha dolido.
—Lo
siento. ¡Sí que te he hecho daño!
—No
pasa nada. ¿Tienes un pañuelo?
Siempre
se me olvida coger un pañuelo antes de subirme a la camilla. Es primavera, la
alergia me juega malas pasadas. Aunque ahora no ha sido la alergia. No lo
quiero ni pensar. Mejor vuelvo al cuento. Ahora ya no me concentro, jolín,
puñetera muerte. A ver, fotos, gente, romerías, funerales… Bueno, un muerto,
tampoco es original. Vale, fotografía a un muerto. Algo habrá que añadirle para
que la cosa no resulte tan manida. ¡Ay!
Menos
mal que me he puesto calzado cómodo, hoy daré la vuelta a Lleida. Ahora a la
editorial, a recoger el borrador. Tuve mucha suerte con mi primer libro, el
segundo va a ser más complicado. He de pensar si realmente quiero sacarlo, no
estoy convencida. No tengo ganas de presentaciones, de obligar a los amigos y
conocidos que acudan y compren un librito que no les va a aportar nada. Nada en
absoluto. Hay mucho de arrogancia, de egocentrismo en el querer que te lean.
¿Para qué? ¿Acaso llega al lector algo de lo que escribo? ¿Es importante lo que
cuento, transcendental? Al menos, ¿pasan un buen rato? Estoy cansada. He de
reconocer que últimamente me canso pronto de todo, que miro mucho dónde y cómo
gasto mis energías. Y ¿Beatriz? ¿Qué haré con ella? ¿La publicarán o es un
libro tan raro que no verá la luz nunca? Casi mejor. Tal vez, si se publicara,
tendría que dar demasiadas explicaciones. Qué tontería. No tengo que dar
ninguna explicación. Habría quien lo entendiera y quien no. Y ni siquiera sería
significativo que alguien lo entendiera. Entonces ¿para qué escribo? Han dejado
bonita esta zona, soterrar la vía del tren fue una buena idea. Han dado nueva
vida al barrio, lo han unido con el resto de la ciudad. Anda que no ha cambiado Lleida en 20 años. Es
completamente diferente de cuando llegué. Me alegra comprobar que soy capaz de
conjugar en primera persona del singular, por fin. Cuántas cosas han cambiado.
El olor
a libro, a tinta siempre me ha gustado. Es el olor a letra. Esta mujer es muy
amable, tanto por teléfono como en persona. Atiende muy bien. Tiene pinta de
llevar muchos años en la editorial. ¿Cuánto cobrará? Seguro que no mucho y
encima tiene horario partido.
— ¿Quieres
que llame a Ramón?—me dice solícita Isabel, creo que así se llama.
—No, no
hace falta. Gracias. Adiós.
Ramón
ya me ha dicho todo lo que tenía que decirme. Tal vez fui yo la que no le dije
todo lo que debía, pero no vale la pena. No iba a conseguir cambiar el
resultado. Pensé que iba a encajar peor el no, a veces me asombro de mis
propias reacciones: esta negativa me ha hecho sentir aliviada. Sí, casi no me
importa. Creo que me va a beneficiar. Otras puertas se abrirán y probablemente
mejores. Entonces ¿quieres publicar o no? Tampoco he de decidirlo ahora. Me
olvidaré del tema por unos días. Irme a Granada me irá de maravilla. Me
despejará. Me hará sentir lejos de mi cotidianidad. Es un encuentro que ha sido
postergado mucho tiempo. Demasiado. Pero la vida no deja cabos sueltos, no, no
los deja. En este caso, dichosamente. A ver si en aquella tienda de
complementos hay algo que me guste. Luego, espero llegar a la de inciensos antes
de que cierre. Eso también puede servir como regalo y un poco más original. El
cuento no me va a salir muy original, algo he de añadir que le dé un toque
diferente. Creo que el título lo he de cambiar, Azucena y el cactus ya no pega,
aunque los dos salgan en el mismo. Va, relájate. Ahora ya tienes una trama, sólo
has de tirar del hilo, seguro que en cuanto me meta en la historia la acabo en
una sentada.
Me
encanta este establecimiento y el olor. El ambientador ¿también está dictado
por la franquicia? He de observar si el Zara de Zaragoza huele de la misma
manera que el de Lleida. Hace días que no visito la capital maña. Echo de menos
los paseos por Alfonso y la plaza del Pilar, los amigos. El talante maño. He de
acabar el cuento antes de irme, que si no Pilar me cuelga bocabajo. Ella ya ha
acabado el suyo. Lo de ir escribiendo
cada mes un cuento es una manera de mantenerse ágil mentalmente, de prevenir el
alzhéimer y además no perdemos la costumbre de enfrentarnos al folio, bueno, a
la pantalla en blanco. Qué pulseras más bonitas. No salen caras. ¿Dónde están
hechas? Espero que no ponga Made in India.
¿Las habrán hecho niños en condiciones míseras? ¿Hago bien en no comprarla? ¿Es
tan sencillo? Tenemos más información que nunca y aun así carecemos de la
seguridad de si la información es veraz. Al final va a ser lo mismo tener un
exceso de información que no tener ninguna. Todo son dudas. Este pañuelo verde
me gusta mucho. ¿Miro dónde está hecho o no? Jolín, qué difícil. Made in Spain. Bueno, he de suponer que
aquí no hay esclavitud, al menos, todavía. Lo compro. Ya tengo un regalo para
la madre de Javier. Espero que le guste. Qué ganas de ir a Granada. Hace 30
años que estuve en el viaje de estudios de 8º de EGB y mis recuerdos son
borrosos. Cogimos tal cogorza la noche anterior de visitar la Alhambra que las
compañeras que dormimos en la misma habitación no despertamos y nos perdimos la
visita. Yo decidí ir a verla por la tarde, aunque me saltara el resto de la
planificación del día. Pero no recuerdo nada, creo que había obras y no pude
ver el Patio de los Leones y el barrio del Albaicín no me pareció nada
especial. La tarde estaba tan nublada como mi recuerdo. Estaba escrito que yo
debía descubrir la Alhambra en otro viaje. Éste será el viaje y sus recuerdos,
dentro de 30 años, serán mucho más nítidos y hermosos.
Al
final me he gastado una pasta, pero necesitaba comprarme algo de ropa. Que
también me lo merezco. Tanto controlar el dinero me tiene frita. Llegar a final
de mes es una odisea. Me dan ganas de buscar otro trabajo, pero ¿de qué? Desde
luego, de escritora va a ser que no. También me entran ganas de irme de este
contaminado país, pero mi conocimiento de lenguas es patético: castellano,
catalán, un poquito de inglés y un poquito de francés. ¿A dónde voy con eso?
Supongo que un par de meses en el extranjero son suficientes para, por lo
menos, entender y defenderse en un idioma foráneo. No sé si sería capaz de
conseguirlo, lo de hablar otro idioma y lo de buscarme la vida fuera de España,
me refiero. A la fuerza ahorcan. Hora. Me he entretenido mucho en Natura, ahora
he de apresurarme si quiero llegar a la tienda de inciensos. Calle la Palma,
arriba y en cinco minutos estoy.
Araceli.
Altar del cielo. Le va el nombre, sin duda, ella está vinculada con el cielo.
Se crean o no en estas cosas, hay que reconocer que existe gente con un sexto
sentido, con una conexión especial que sólo algunas personas poseen. Me explica
qué inciensos les pueden ir mejor a Javier y a su madre. Luego, me aconseja
unos para mí. Que estoy cerrada, que me abra al amor porque no me lo creo,
porque no tengo confianza en mí misma, que lo tengo cerca, muy cerca, que estoy
en el final del proceso, pero que aún me falta. Suspiro de incredulidad y Araceli lo capta al
vuelo. Intentaré no ser tan negativa. Me visualizo dentro de una pirámide
verde, verde para la protección. A mis hijas, las meto dentro también. El
incienso no hace daño y huele de maravilla. Hala, otros tantos euros. Y aún no
he terminado: ahora toca ir al Carrefour
a llenar la nevera y la despensa para que mis hijas tengan qué comer los días
que voy a estar fuera. Puto dinero. Me
duelen los pies.
Siempre
termino llenando el carro. No sé cómo voy a poder subir todo esto yo sola. Que
me la suban. Menos mal que no he olvidado coger las bolsas. Hay que reciclar.
En casa las tres hemos adquirido esa costumbre, aunque reconozco que supone un
cambio de mentalización y un esfuerzo, sobre todo con un piso pequeño. Espero
que lo haga mucha más gente, si no, no servirá de nada. Chicles, no, que aún me
quedan. Al final, hasta he cogido unas golosinas para la perrita de Javier. Sería
genial que no me diera la alergia. Ya veremos. Creo que he comprado suficiente.
Son sólo cinco días y ellas ya son mayores, pero quiero dejarlas surtidas, que
no tengan que ir a comprar. Les dejaré dinero en el joyero, por si acaso. Por
si acaso, por si acaso… Como si se pudieran controlar los imprevistos. Por algo
son imprevistos: porque no se pueden prever. Tremendo el espacio vital que
ocupa el tío. Madre mía. Un brazo suyo son tres míos. Lleno de tatuajes. ¿Qué
les verán a los tatuajes? Debo ser muy antigua o será por deformación
profesional, pero qué poco me gustan. Lleva tatuada hasta la cabeza, se le ven
los símbolos étnicos debajo del pelo tan corto. Piercings, anillos, pulseras de cuero, gafas oscuras, camiseta
negra con dibujo de algún grupo musical que desconozco. Full equip. ¿Heavy? En mis tiempos sería heavy, ahora ya no lo sé.
Sólo me falta subir las cervezas a la cinta de la caja, a ver si puedo y no me
rompo ninguna uña en el intento. Joder, ahora se me rompe el plástico.
— ¿Te
ayudo?
Pues
para la pinta que tiene, su voz es agradable. ¡Coño! Ha cogido el pack de
veintiocho cervezas con una sola mano, la otra la tiene ocupada con su compra,
y las ha puesto sobre la cinta como si levantara un quilo de arroz. Hay que
joderse, que me ha excitado el hombretón. Casi no he sido capaz de darle las
gracias. Menos mal que las gracias no salen de las bragas. Qué tontería llevo
encima. Voy a dejar de mirarlo y a concentrarme en pagar a la cajera. Ahora
hasta me parece menos feo. Mira, de esto puedo sacar un cuento. Un pelín subido
de tono. Concéntrate, que te está hablando la cajera. Sí, sí, tengo ascensor y
la dirección es correcta. A ver si el tiarrón
se queda con la dirección y me hace una visita con la excusa de subirme la
compra… Para el cuento que va. La cajera debe flipar: me estoy riendo sola. En fin, dejemos de elucubrar situaciones
hipotéticas. Pero ¿cuántas bolsas llevo? ¡Por dios! En cuanto llegue a casa, lo primero que haré
será abrirme una cerveza bien fría para calmar el calor y la sed. Es el mejor
de los placeres, lo mejor de la mañana.
©
Anabel
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