Lo iba a tener en frente la jornada entera. Paseándose de arriba a bajo, de derecha a izquierda. Con el andar cansino de los veinteañeros, propio de una mente que cree haber llegado a su máximo esplendor. Era indudable que así había sucedido con su cuerpo: proporcionado a la vez que despistado; firme a la vez que despreocupado; contundente a la vez que terso; bello, inmensamente bello. Lo miraba con el descaro propio de un cuerpo medio ajado por la experiencia, un cuerpo sediento de una carne que no se deshaga entre los dedos. Imaginó ese sudor que aún no mancha; el tacto febril de la masculinidad; el beso irreverente; el sabor del elixir de la juventud; el olor de la entrepierna velluda… Se estaba perdiendo y sólo eran las nueve. Aún quedaba mucha mañana para deleitarse con la coreografía innata de una juventud morena.
Elvira debía concentrarse en las cuentas y en los números, en teclear dígitos en la ruidosa calculadora y en introducir datos en las partidas informatizadas. Pero no podía dejar de morder el lápiz mientras la mirada se le extraviaba entre las arrugas de aquel sucio mono que, con tanta desfachatez, tapaba todo lo que le hubiera gustado ver. El teléfono interrumpe su imaginación. Regresa de golpe al olor a grasa y aceite de motor; al estruendo de los taladros y las radiales; al humo negro de los motores quemados… Sordidez. Cierra los ojos y obliga a su pituitaria a absorber el aroma de una piel desnuda que se regala a su cuerpo. Obliga a su mente a sentir la humedad en los labios, otra lengua en la boca buscando donde nadie había buscado. Obliga a la braga a restregarse contra el áspero tejido de la silla, tan gastado como ella. ¿Cuántas horas quedaban para darse una ducha reconfortante hasta arrancarse las ganas a fuerza de chorros de agua imitadores de salivas? A pesar de sus años, le podría enseñar un par de cosas y él podría revivirle todo aquello que, alguna vez, tuvo, aunque no recordara cuándo ni con quién.
— Elvira, ¿te apetece un café?
Me apetece, me apetece…
© Anabel
Un cuento en tu línea de una gran calidad.
ResponderEliminarNo hay nada que no pueda ahogarse en un café.
ResponderEliminarMuy en tu estilo cuentista.
Un saludo
¿En tu pueblo hay culos como ese?. Es para ir con más frecuencia. ¡Ay, perdón que tengo que comentar el relato!. Pues como dice kweilan, muy en tu estilo, osea muy bien escrito. ¡Enhorabuena una vez más!
ResponderEliminarEstoy casi seguro de que no le preguntaste bien a Elvira. Seguro que sí recordaba con quíen.
ResponderEliminarMuy bueno. A veces es bueno desear con tanta fuerza.
Un café nunca biene mal...lo malo que lo tengas contraindicado para la patata.
ResponderEliminarUn abrazo.
Ay, jajajajajaja, será que extrañamente o no nunca me sentí atraída por hombres notablemente más jóvenes, pero por unos minutos me has hecho sentir en la piel de Elvira... Como siempre fascinante Cuentista, sin pelos en la pluma ni en el alma (en la lengua ni te cuento, más limpia que una patena) cómo me alegra estar aquí de nuevo Anabel... Por cierto, me quedan pocos para acabar la joyita que habita mi mesita de noche... A pequeñas diócesis pero cómo los estoy disfrutando.
ResponderEliminarMil abrazos amiga, mil y más, te sé volando tanto... Y eso me hace tan feliz :)))
Tu sirenilla valiente y sus raspas...
que hermoso cuento Anabel,y muchas gracias por visitarme, un abrazo grande
ResponderEliminarmaria*
Claro... ¿quien no añora una piel joven y firme para deleitarse como antes cuando deseaba una piel con experiencia y ajeada? Una mujer madura a los 20 era el cielo. Una mujer joven a los 40 es el infierno.....
ResponderEliminarmi beso
pongase usted un vestido viejo y de reojo en el espejo haga marcha atras...señora...
ResponderEliminarde repente me trajiste al Nano, Señora...
exquisito relato ! erotismo del bueno.
saludos
Lo recuerdo, lo recuerdo...
ResponderEliminarQuiero decir que recuerdo cuando leíste el cuento en el Smiling.
Besos, cuentista.
De lo mejorcito que he releído últimamente. Los pulsos se disparan y apetece, ya lo creo que apetece...
ResponderEliminar