Hacía un frío maravilloso, de aquellos que obligan a prescindir del cuello y a enfundar las manos en unos guantes sucios. Ver el dibujo de su propia respiración empañar los cristales de los escaparates le divertía. En uno de ellos, un árbol de Navidad enorme asombraba a los niños y provocaba exclamaciones en los adultos. Silvia se quedó plantada como el decorado árbol, recreándose en las luces y en su vaho, sintiendo el suave y acogedor tacto de la bufanda, creyéndose, por unos instantes, afortunada.
— ¡Silvia! Casi no te reconozco tan tapada, pero esos ojos…
Un escalofrío caliente le recorrió la espalda; cerró los ojos y, en unas milésimas de segundo, deseó que esa voz tan sólo fuera la reverberación de una mentira del pasado.
—Franco, hola. ¿Cómo estás? —Debía haberse puesto el gorro de lana que le tapaba completamente la cara—.
—Mira, haciendo las últimas compras de Navidad, como tú, supongo…
El cuerpo de Silvia quiso echar raíces sobre la acera agarrándose al momento para no caer, para no viajar a unos días tan lejanos como la estrella Polar. Pero no pudo. Esa voz era el olor de la felicidad perdida, de la pasión sin puertas, de las noches infinitas y de los días fugaces, del sudor del verano empapado en las sábanas, de caricias incitantes, de besos fulgurantes, del sexo impaciente y del sexo porque qué otra cosa mejor que hacer. Se quitó los guantes, se frotó los dedos huérfanos de anillos y retiró del rostro la bufanda que empezaba a asfixiarla. Franco seguía hablando de cómo le iba la vida de bien, de cómo tenía una esposa y un hijo y un trabajo, y Silvia no retenía toda esa información que le parecía superflua. Le hubiera preguntado si sentía la piel de su actual amante como sintió la suya alguna vez, si el sabor de su pubis era tan salado como lo fue el suyo, si se perdía en sus ojos como se perdió en los de ella cuando tenía un orgasmo, si la deseaba con dolor como la llegó a desear a ella alguna vez, alguna vez. En cambio le preguntó banalidades, costumbres atónitas, cansinas. ¿No es más importante saber si aún mordisquea la oreja de su amante cuando la penetra o si sigue quedándose dormido sobre su pecho como después de hacerle el amor a ella? Le gustaría saber si continua usando esos calzoncillos tan feos o si aún hay que hacerle el nudo de la corbata o si aún toma el café con dos de azúcar y un chorrito de anís; si aún lee el Quijote cuando no puede dormir o si aún es el mejor jugando al Trivial. Aunque lo que realmente deseaba comprobar era si la recordaba de vez en cuando, si la echaba de menos cuando alguien recita una poesía o el sol arde tanto como aquel verano.
—Y tú ¿cómo estás?
—Yo sigo igual que siempre —fue una mentira tan grande que pareció verdad, pero ella no era la de aquel siempre, ya no.
Él sintió sus escasas palabras durante un silencio cálido en el que le acarició la cara.
—Feliz Navidad, Silvia — Franco se alejó cargado de sus bolsas y su vida.
Silvia no tuvo más remedio que desabrocharse por miedo a morir asada, quemada en los rescoldos de un fuego antaño fabuloso. Volvió a escuchar los villancicos que escupían los altavoces callejeros e intentó perderse de nuevo en el vaho de su aliento, en el frío del aire, en los adornos, pero ella ya se había quitado el abrigo e intuía el enorme árbol de Navidad entre lágrimas.
© Anabel
Estos relatos tan hermosos me producen mucha tristeza... me traen, simplemente, recuerdos. Besos.
ResponderEliminarhttp://senderosintrincados.blogspot.com
Muy bien contada esta historia de amor y también triste por ese amor lejano que ya no tiene opción de repetirse. Feliz Navidad, cuentista!
ResponderEliminar...un poco triste si que me parece, ... .
ResponderEliminarUn beso y Feliz Navidad.
(el sábado estuve por algún pueblo de Lérida haciendo foticos con otros tan locos como yo. Nos helamos. Que frío!!!.)
Bon Nadal!
ResponderEliminarFeliz Navidad Anabel!
ResponderEliminargracias por tus comentarios demasiado generosos
Besos!
Papillon
Feliz Navidad, cuentista.
ResponderEliminarQué triste es a veces encontrarte con la gente, casi más que no volver a verla. Mejor el recuerdo, que es más nuestro.
Un beso y felicidades por el cuento.
He acabado en tu casa de casualidad esta noche pues llevo varias perdida entre el veintitantos y lo que de año nos quede más el suma y sigue... Hice crema de calabacines, le di de comer a mis peces "tamagochi", traté de meter una lista de reproducción del Youtube en Diario inútilmente... Y una palabra en "La Perla de Janis" me llamó la atención: "gente"... Pero Claudia eliminó la opción de "comentarios" así que le dejé las gracias en su perfil... Sí, en ese otro lugar virtual por el que nos movemos... El "caralibro" como a bien decidió bautizarlo "alguien", no recuerdo si virtual o no, cuentista, porque si llegué hasta "gente" fue pensando en el hecho de que algunos nos convertimos realmente en virtuales cuando no sabemos o no nos saben a no ser que sea por estas fuentes...
ResponderEliminarEl caso.
Una vez en ello (y vuelvo al principio) llegué aquí. Y una vez más quedé atrapada no sin comprobar antes el retraso de escritos que llevo en "mi haber" de tus cuentos.
Todavía es para mí un misterio cómo consigues contar lo que alguien siente en clave comprensible para cualquiera con el pudor suficiente como para no ser capaz de revelar sus sentimientos en voz alta, ese cualquiera, tú, yo, Claudia, la gente virtual, la de carne y hueso, todos... Cualquiera. Silvia es cualquiera con sangre caliente en las venas. Silvia está más viva que un buen tanto de la población mundial. Silvia se merece un buen regalo de Navidad, el mejor. Silvia está, es, respira... Y no nos roba el oxígeno, nos lo devuelve si es que acaso alguno lo estuviéramos conteniendo por alguna estúpida razón (como dar de comer a los peces "tamagochi" del "caralibro" a falta de arrojo para tirarnos de cabeza al río a sabiendas, cuidado, de que acabaremos en el mar y sin haber guardado la ropa... Y de que una vez más tendremos que volver, satisfechos, pero tiritando a la orilla)...
Qué pena no se le hubiera agarrado a la solapa, no le hubiera abrazado con brazos y piernas, no le hubiera serpenteado el cuello el tiempo justo para que no se le acabara el aire antes de taparle la boca, con sus labios, y con ese rescoldo puñetero. De seguro en cualquier caso, Franco se hubiera ido a su casa con algo para no olvidar jamás sin hacerle falta poesías, canciones, puestas de sol o fracasos.
Adoro leerte.
Gracias, hace un tiempo que mis noches no son "cualquiera" pero entre la crema de calabacines y los seres virtuales "casi" se me va el santo al cielo... Menos mal que me lo agarras.
Un millón de abrazos,
tu sirenita.
Es que hay amores que no vuelven ni por navidad. Eso sí, la tristeza sí. Siempre. En estos días y en los otros.
ResponderEliminarGracias por pasarte por mi blog. Por gustarte las letras musicadas y las mismas, versadas.
Ismael es genial. En directo, sublime. No sé si ya lo has disfrutado antes, pero es una maravilla.
También lo veré el año que viene. No puedo faltar a la cita.
Si puedes, escucha a Marwan, Andrés Suárez, Carlos Chaouen. Y no te digo más para que no cansarte.
Felices días.
GRACIAS, corazón. Va de mi parte un beso y abrazo enorme, y también de Julie. Disculpa el susto, ya no uso esa dirección. Que este nuevo año nos sea más ecológico, más solidario y que nunca nos roben la sonrisa.
ResponderEliminarCon mucho amor
Héctor
Como siempre tus relatos, están llenos de una especial sensibilidad, no carente de ternura hacia los recuerdos, a los momentos vividos, a la intensidad con que nos manifestamos en algunos momentos del pasado...porque nada se olvida...queda ahí latente hasta el final de nuestros días...porque siempre en nuestro camino hay seres excepcionales...todo eso lo sabes expresar maravillosamente bien...sabes que te admiro y aprecio tu talento...un beso de navidad de azpeitia
ResponderEliminarEspero que en el dos mil diez sigamos leyéndonos.
ResponderEliminarGracias por tus textos. Por tus comentarios. Por tus paseos por mi blog.
Feliz noche... y felices días de escritura, de música...