A mi hermana Elena, sin su insistencia no me hubiera presentado al concurso, a mi sobrina María, por prestarme una de sus estupendas ideas, y a Elísabet, mi hija, por ayudarme a corregirlo.
Mis padres me han regalado un camión chulísimo. Uno de esos que cargan muchos coches detrás. Es de color rojo con unas líneas brillantes en la cabina. Nos va de maravilla a mi hermano y a mí para el circuito que montamos en el suelo de la habitación. Lorién, mi hermano, es el dueño del garaje donde llevo a arreglar los coches rotos. Cuando nos cansamos, cambiamos de juego y entonces él hace de cocinero y prepara a mis muñecas unos platos riquísimos en la cocinita que los Reyes Magos le regalaron estas Navidades.
Aún no os lo he dicho: hoy es mi cumpleaños. Me llamo Ibón y ya tengo ocho años. Mi hermano se llama Lorién, bueno, eso ya lo he dicho y, dentro de poco, cumplirá seis. A él le hubiera gustado ser el mayor porque sabe que, después de los papás, soy yo quien manda en casa y él tiene que hacerme caso aunque lo haga de mala gana. Casi nunca discutimos, sólo se pone pesado si le entran ganas de jugar a las peluquerías. ¡Se empeña en cortarle el pelo a mis muñecas! Mamá dice que tiene mucho estilo, pero yo prefiero que practique con sus muñecas que las tiene a todas calvas de tanto cambiarles el peinado. Bueno, también discutimos por recoger la habitación. A mí nunca me apetece, me da mucha pereza, la verdad, pero a Lorién le gusta tener las cosas en su sitio y no soporta que le cambie sus juguetes de estantería.
Esta tarde, en cuanto mamá acabe de trabajar, nos iremos al “Children-Park” a celebrar mi cumpleaños. Mi mamá conduce un autobús. A Lorién y a mí nos encanta subir en el autobús que lleva mamá. Decimos a todos los viajeros que la que conduce es nuestra mamá y papá siempre nos dice que no molestemos y nos manda callar. Lorién de mayor quiere ser como mamá. Dice que él conducirá un autobús en el que, al comprar el billete, dará a los niños bocadillos de chorizo y Nocilla y a los mayores, sopa de macarrones. También ha pensado en hacer los autobuses más grandes para que todo el mundo pueda sentarse y así no haya gente maleducada que no les cede el sitio a los señores mayores o a las mujeres embarazadas. Creo que son buenas ideas y no entiendo cómo no se les han ocurrido todavía a los alcaldes de las ciudades.
Mi papá es el que manda en la escuela porque trabaja de conserje y el conserje tiene todas las llaves. Si un día se olvidase de abrir las puertas, ese día los niños no irían a la escuela. Todas las mañanas vamos los tres juntos al cole. Algunas veces, papá me da permiso para abrir la puerta de entrada y ese día soy yo quien deja entrar a los demás niños a las clases. A mí me encanta este trabajo porque todo el mundo te conoce y te respeta. Esta mañana, con la emoción de mi cumpleaños, mientras papá me cosía un botón de la bata, se ha pinchado un dedo. Yo, que tengo un maletín de médico, le he curado enseguida y le he puesto una tirita. A la salida del colegio, ya tenía la herida cerrada. De mayor quiero ser médico. Papá dice que para ser médico hay que estudiar duro y eso estoy haciendo. Así que practico mucho: cojo un libro con dibujos del cuerpo humano y voy buscando los músculos y los huesos en el cuerpo de Lorién. Él se está muy quieto, sólo se mueve si le hago cosquillas. La otra tarde vinieron a merendar unos amigos; estábamos jugando a médicos y, cuando vieron mi libro, se empeñaron en pintar de color negro el dibujo de una persona desnuda para hacerlo igual que Lorién. Les dije que no, no quería que me lo rayaran, además, una piel es una piel y todas se curan igual.
No me acuerdo muy bien del día que llegó Lorién. Creo recordar que papá y mamá estaban muy alegres, me cogían todo el rato en brazos, me daban besitos y me repetían el nombre de Lorién una y otra vez, como si me fuera a olvidar. Me parece que el abuelo Mariano no estaba muy contento porque no lo cogió ni una vez ni dijo lo guapo que era. A mí Lorién me gustó desde el primer momento, me miraba muy fijamente con sus ojos enormes y me seguía a todas partes. Al principio, me obedecía siempre, pero ahora incluso tiene más fuerza que yo. Lorién se convirtió en el nieto favorito del abuelo Mariano porque se sabía todos los jugadores de la selección nacional de fútbol, así que tuve que aprenderme todos los jugadores del equipo de mi ciudad para convencerle de que yo también merecía ir con ellos al fútbol a pasar las tardes de los domingos.
Esta tarde van a venir muchos amigos a mi fiesta. He dejado de invitar a unos cuantos que, como mamá dice, no saben ver más allá del color de la piel de Lorién, no son capaces de ver lo listo que es ni su alegría. He pensado que, si soy médico, tal vez pueda fabricar unas gafas que curen esa enfermedad de la vista. Son cosas, como las ideas de los autobuses de Lorién, que aún no se le han ocurrido a ningún alcalde, pero que no pueden ser muy difíciles de solucionar. Por eso tengo que estudiar mucho.
-¡Ibón, Ibón, que nos vamos!
Adiós, adiós, me voy a mi fiesta de cumpleaños. Si vosotros sabéis mirar, estáis invitados: habrá tarta para todos.
Aún no os lo he dicho: hoy es mi cumpleaños. Me llamo Ibón y ya tengo ocho años. Mi hermano se llama Lorién, bueno, eso ya lo he dicho y, dentro de poco, cumplirá seis. A él le hubiera gustado ser el mayor porque sabe que, después de los papás, soy yo quien manda en casa y él tiene que hacerme caso aunque lo haga de mala gana. Casi nunca discutimos, sólo se pone pesado si le entran ganas de jugar a las peluquerías. ¡Se empeña en cortarle el pelo a mis muñecas! Mamá dice que tiene mucho estilo, pero yo prefiero que practique con sus muñecas que las tiene a todas calvas de tanto cambiarles el peinado. Bueno, también discutimos por recoger la habitación. A mí nunca me apetece, me da mucha pereza, la verdad, pero a Lorién le gusta tener las cosas en su sitio y no soporta que le cambie sus juguetes de estantería.
Esta tarde, en cuanto mamá acabe de trabajar, nos iremos al “Children-Park” a celebrar mi cumpleaños. Mi mamá conduce un autobús. A Lorién y a mí nos encanta subir en el autobús que lleva mamá. Decimos a todos los viajeros que la que conduce es nuestra mamá y papá siempre nos dice que no molestemos y nos manda callar. Lorién de mayor quiere ser como mamá. Dice que él conducirá un autobús en el que, al comprar el billete, dará a los niños bocadillos de chorizo y Nocilla y a los mayores, sopa de macarrones. También ha pensado en hacer los autobuses más grandes para que todo el mundo pueda sentarse y así no haya gente maleducada que no les cede el sitio a los señores mayores o a las mujeres embarazadas. Creo que son buenas ideas y no entiendo cómo no se les han ocurrido todavía a los alcaldes de las ciudades.
Mi papá es el que manda en la escuela porque trabaja de conserje y el conserje tiene todas las llaves. Si un día se olvidase de abrir las puertas, ese día los niños no irían a la escuela. Todas las mañanas vamos los tres juntos al cole. Algunas veces, papá me da permiso para abrir la puerta de entrada y ese día soy yo quien deja entrar a los demás niños a las clases. A mí me encanta este trabajo porque todo el mundo te conoce y te respeta. Esta mañana, con la emoción de mi cumpleaños, mientras papá me cosía un botón de la bata, se ha pinchado un dedo. Yo, que tengo un maletín de médico, le he curado enseguida y le he puesto una tirita. A la salida del colegio, ya tenía la herida cerrada. De mayor quiero ser médico. Papá dice que para ser médico hay que estudiar duro y eso estoy haciendo. Así que practico mucho: cojo un libro con dibujos del cuerpo humano y voy buscando los músculos y los huesos en el cuerpo de Lorién. Él se está muy quieto, sólo se mueve si le hago cosquillas. La otra tarde vinieron a merendar unos amigos; estábamos jugando a médicos y, cuando vieron mi libro, se empeñaron en pintar de color negro el dibujo de una persona desnuda para hacerlo igual que Lorién. Les dije que no, no quería que me lo rayaran, además, una piel es una piel y todas se curan igual.
No me acuerdo muy bien del día que llegó Lorién. Creo recordar que papá y mamá estaban muy alegres, me cogían todo el rato en brazos, me daban besitos y me repetían el nombre de Lorién una y otra vez, como si me fuera a olvidar. Me parece que el abuelo Mariano no estaba muy contento porque no lo cogió ni una vez ni dijo lo guapo que era. A mí Lorién me gustó desde el primer momento, me miraba muy fijamente con sus ojos enormes y me seguía a todas partes. Al principio, me obedecía siempre, pero ahora incluso tiene más fuerza que yo. Lorién se convirtió en el nieto favorito del abuelo Mariano porque se sabía todos los jugadores de la selección nacional de fútbol, así que tuve que aprenderme todos los jugadores del equipo de mi ciudad para convencerle de que yo también merecía ir con ellos al fútbol a pasar las tardes de los domingos.
Esta tarde van a venir muchos amigos a mi fiesta. He dejado de invitar a unos cuantos que, como mamá dice, no saben ver más allá del color de la piel de Lorién, no son capaces de ver lo listo que es ni su alegría. He pensado que, si soy médico, tal vez pueda fabricar unas gafas que curen esa enfermedad de la vista. Son cosas, como las ideas de los autobuses de Lorién, que aún no se le han ocurrido a ningún alcalde, pero que no pueden ser muy difíciles de solucionar. Por eso tengo que estudiar mucho.
-¡Ibón, Ibón, que nos vamos!
Adiós, adiós, me voy a mi fiesta de cumpleaños. Si vosotros sabéis mirar, estáis invitados: habrá tarta para todos.
© Anabel